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El Caminante

Tantas ínfulas por ser humanos

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Fernando Araújo Vélez
26 de diciembre de 2020 - 10:37 p. m.
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Tantas ínfulas que nos damos por ser humanos, sin serlo ni querer entender el término ‘humano’ en toda su dimensión, y tuvimos que legislar para ponernos de acuerdo, e inventar premios y castigos para hacer las cosas, y encerrar en jaulas a los niños para que aprendieran lo que queríamos que aprendieran, y darles certificados que dijeran que habían aprendido bien y que obedecían, y construimos otras jaulas para condenar a quienes se salieran de nuestras normas porque en el fondo, no ser como nosotros lo determinamos era y fue siempre un peligro. Tantas ínfulas de ser humanos, y de nuestra inteligencia y nuestros sentimientos, y terminamos por destruir nuestro mundo y a sus prehistóricos habitantes en aras de la producción, con todas sus consecuencias.

Tantas ínfulas, y tantos derechos, y tantos merecimientos, Que sólo me mire y me hable quien yo decido y quiero que me mire y me hable, pues yo soy el centro del mundo, y no hemos sido capaces de conciliar ese creernos el centro del mundo con los siete mil millones de humanos que también se consideran centros del mundo. Tantas ínfulas, tanta arrogancia, tanto ir por el mundo mirando a los otros por encima del hombro, destruyéndolos si los consideramos una amenaza, y tanto ufanarnos de sentir amor, que tuvimos que certificarlo con sellos y firmas para mantenerlo a la fuerza, pues no fuimos capaces de hacerlo duradero por sí mismo, ni de soportar la idea de que, como todo, acabaría algún día.

Tantas ínfulas que nos damos por ser humanos, y de ser humanos, y ni siquiera soportamos a los otros humanos. El infierno son los otros, como decía Sartre. Los odiamos tanto, que nos dividimos en países, cada uno con sus religiones y sus lenguas y sus colores de piel: usted allá y yo acá, bien alejados, y si se le ocurre pasar este río o esta montaña, lo mato. Tantas ínfulas las nuestras, tanto homenaje a los humanos, e inventamos la guerra, con su infinito reguero de dolor y de exterminio, y tanto hablar del arte y la ciencia, que hasta al arte y la ciencia, y a los artistas y a los científicos los usamos en nuestro provecho, y si no actuaron como queríamos nosotros, dioses máximos de la moral, del bien y del mal, los masacramos incluso después de muertos.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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Bernardo(31155)27 de diciembre de 2020 - 07:09 p. m.
El odio a los demás es el odio a nosotros mismos. El amor al prójimo, establecido como contrapeso del "amor a Dios", es la farsa paralela porque no puede amar a alguien quien no se ama a sí mismo. La peor ínfula humanoide es esta, muy cristiana ella (catolicona por demás). Expertos en admirar la miseria, terminamos haciéndonos unos miserables (notorio además en los más platudos)...
Hernando(84817)27 de diciembre de 2020 - 04:26 p. m.
Una imagen perfecta del Homo Sapiens....encargado de destruir el planeta y con el todo lo que significa una forma diferente de la vida. Pero no hay problema....nadie se dará por enterado, en la infinitud del universo, cuando todo lo que conocemos haya desaparecido y no quede nadie para dar cuenta de nuestra miserable existencia.
Atenas(06773)27 de diciembre de 2020 - 03:49 p. m.
Cierta/, "Quien nunca ha sido cosa y cosa llega a ser, no hay más grande cosa q' él" . Y la especie humana plena se ufana cuando apenas va camino a la forja, y en tal contrasentido sienta cátedra del cómo ser o lograrlo si apenas nos amasamos.
luis(89686)27 de diciembre de 2020 - 02:47 p. m.
Fernando, gracias por tan profunda reflexión.
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