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Para caminar por nuestra cuenta

Fernando Araújo Vélez

09 de marzo de 2024 - 09:10 p. m.

Sin un pénsum establecido, sin guías ni manuales que lo lleven a uno a ser una simple e intercambiable pieza de alguna inteligencia artificial, me pierdo y me encuentro buscando ideas para una clase. Que esa clase sea única, irrepetible, llena de fuerza, de claroscuros, de explosiones y de tonos medios. Que esté condimentada por conversaciones en las que ir descubriendo sea el gran propósito, sin que los distintos colores, dioses o ideologías sean barreras para ir en busca de alguna verdad, e ir siempre en busca de una verdad, aunque sepamos muy bien que no hay muchas verdades, y que esas que podamos llamar como tales sean el camino, un camino que no se acabe jamás.

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Que cada paso sea una duda, que cada duda sea el comienzo de un hallazgo, y que le sonriamos a la vida por cada hallazgo y con cada hallazgo, sin que nos importe demasiado si ese hallazgo nos conviene o no, o si nos gusta, o si es vendible o nos da poder o nos lo quita o es la felicidad. Que la felicidad, nuestra felicidad, sea una suma de felicidades y una elección, y que en esa ecuación no haya espacio para que seamos elegidos, y si por alguna debilidad tan humana nos dejamos elegir, que sea porque se nos adelantaron y nos quitaron la palabra “acción” de la boca. Que seamos bocas para decir más que para repetir, y para reírnos de nosotros y besar, mucho más que para morder.

Que las ideas para cada lección de cada clase sean ideas, y como ideas, que siempre se vayan transformando. Que esas transformaciones surjan del permanente roce de los extremos, del debate y la discusión, e incluso de las contradicciones. Que las discusiones no sean para ganar o perder, sino para comprender, aun si nos toca aplaudir a nuestro enemigo porque tenía razón, desbaratar los cimientos de nuestras más arraigadas creencias, o admitir que toda la vida estuvimos equivocados sobre eso, sobre esto o aquello. Que las tareas de cada día sean trabajos para aferrarnos a nuestros procesos, desentrañarlos y aprehenderlos, no para que haya calificaciones, y que al final podamos decir, gritar, que podemos caminar por nuestra cuenta.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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