No se me ocurre otra forma de apaciguar tanto odio, tantas iras sueltas, tanta violencia, que perderme en otros mundos y otras épocas y buscar algún poema y repetir, como Dante, que hubo un tiempo en el que los poetas eran elegidos por Dios. Una frase, una sola frase de alguno de aquellos poetas o de Dante, por supuesto, pudo significar la salvación para alguien, aunque jamás se supiera, y fue una salvación porque significó la comprensión de un algo, e incluso la abierta discusión de ese algo, o una motivación para cambiar un poco de vida. Imaginé que para escribir esa frase, lo más seguro fue que el poeta tuvo que desechar cientos de ideas e imágenes y palabras, y luego, soportar la envidia de otros poetas, o la persecución de algún ateo, o el señalamiento de algún enemigo de la poesía, que se sintió marginado.
Perdido en otros tiempos y en tantas otras frases y versos, y en la fuerza de tantos y tantos escritores, rescaté a Borges cuando decía que “Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte, tiene que aprovecharlo”. Pensé en los fines, en los para qués, en el arte por el arte como confirmación de que lo realmente importante y trascendente de alguien es su obra, no él, y menos, él y sus intereses, y me quedé prendado por un rato, amargamente prendado de los activismos de los últimos años y de los activistas que creen poseer las grandes verdades del universo sólo por haberse declarado activistas.
Pasé la página del activismo con sus blancos y negros y sólo blancos y negros y su bien y su mal y sus absolutos y recordé a alguien que se declaró activista sólo del pensamiento y de la libertad, y seguí buscando, recordando, y como tantas otras veces, retorné a León Tolstoi y a una de sus frases: “Para vivir honradamente es necesario desgarrarse, confundirse, luchar, equivocarse, empezar y abandonar, y de nuevo empezar y de nuevo abandonar, y luchar eternamente y sufrir privaciones. La tranquilidad es una bajeza moral”. Repetí una y mil veces las palabras de Tolstoi, las de Borges y Dante, como para que se me adhirieran a la piel, e incluso a las venas y a los huesos y los músculos y a lo que ha sido nombrado y a lo que no, y a eso que no he logrado comprender del todo y me han dicho que se llama Vida.