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El Caminante

Qué sabe nadie

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Fernando Araújo Vélez
25 de septiembre de 2021 - 11:07 p. m.
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En últimas, las luchas de uno son con uno mismo, y en el fondo, para uno, cada vez me convenzo más de eso. Solo uno sabe cuánto tuvo que pelear y aguantar y hacer en la vida, y solo uno sabe el trabajo que le costó cada paso que dio. Solo uno sabe de las heridas que recibió, de los falsos halagos, de las propias dudas, del esfuerzo por seguir adelante, de las humillaciones, y por todo ello, solo uno puede calificarse, si es que no elige mentirse, aunque aún en la mentira, solo uno en el fondo fondo de si es consciente de si mintió, de las razones de sus mentiras y de las falsedades que dijo, y solo uno sabrá si tiene la fortaleza para confesar, como Silvio Rodríguez, “me he dado cuenta de que miento, siempre he mentido, siempre he mentido”.

Pese a que suene arrogante, solo uno tiene las cualidades y los defectos y los argumentos para juzgarse, y tal vez, para condenarse, y solo uno, a punta de desgarros, es capaz de admitirse si se ha justificado o no, y por qué y con qué propósito. Solo uno sabe de qué está hecha su máscara, y cuántas tiene, y cómo las ha ido construyendo, y cuándo las ha utilizado y con quién y ante quién, y solo uno sabe, sí, y mil veces sí, que gran parte de sus espadas, que son iras, reclamos, vanidades, peticiones y odios, y echarles la culpa a los demás por cada error y cada caída, han surgido de carencias en la infancia. Solo uno sabe, si quiere saber, por supuesto, cómo trató de salvarse de aquellos traumas, y si en realidad se salvó, y si eran tan importantes como para determinarnos tanto.

Solo uno sabe hasta qué punto le cala y lo descarna aquella frase de “Qué sabe nadie” de Raphael, y qué tan sincero ha sido en sus confesiones, y por ahí, en sus disculpas, porque viéndolo bien, cada día nos disculpamos más y más, fundamentalmente porque la disculpa pública vende, y puestos a profundizar, hoy casi todo se vende y está a la venta y casi todo es público. Solo uno sabe de la honestidad de sus luchas, de los verdaderos motivos que las desencadenaron, de las armas que usó en sus batallas y de las muertes que dejó en el camino, y sabe a quién le hizo favores bajo el pomposo rótulo del “activismo”, y cuantos favores debe. Lo admitamos o no, solo uno es protagonista de sus hechos, y testigo, y fiscal, y abogado defensor y juez, y también, notario.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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Ricardo(67977)27 de septiembre de 2021 - 01:03 a. m.
Le invito a releer su columna. Porque nadie es el canalla de su propia novela. Lo sabía hasta Otelo, quien tuvo que inventarse a Yago, para tener un motivo por el que asesinar a Desdémona. Casi contemporáneo a Shakespeare, Calderón ya sabía que "el mayor monstruo los celos" y que "celos hasta del aire". Aplique el cuento.
Atenas(06773)26 de septiembre de 2021 - 05:17 p. m.
Excelentes reflexiones acerca de la introspección individual q’ es preciso hacerse, cual yo me acuso, a objeto de discernir cuánto puede c/u deducir si es presa del destino por otros conculcado o si, descarnada/, se es el propio arquitecto de su sino. Dura tarea es hacerse la disección propia. Conócete a ti mismo o Carpe diem, dijo Horacio.
Eugenio(20023)26 de septiembre de 2021 - 03:01 p. m.
Excelente reflexión......
María(6115)26 de septiembre de 2021 - 02:45 p. m.
En estos tiempos tan horribles, qué descanso leer a un verdadero humanista. Lo demás son disfraces y máscaras. Todo lo que usted escribe invita a la reflexión.
Edwin(27852)26 de septiembre de 2021 - 01:25 p. m.
Comparto la esencia de lo escrito pero exige matices: por un lado, quienes somos demasiado severos con nosotros mismos: más "jueces" que "defensores". Y para colmo, también podría atribuirse a esas "carencias de la infancia". Por otro, no somos conscientes de algunos errores, pero no por algo deliberado. Nos son invisibles: nuestros sesgos. Y, quizá, por la misma razón. Gracias por la reflexión!
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