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Quién subrayó a Dostoievski

Fernando Araújo Vélez

31 de julio de 2021 - 06:01 p. m.

Soy de aquellos que subrayan los libros, y tiemblo cuando me encuentro con una edición vieja de quién sabe quién y voy descubriendo entre sus páginas, rayas, frases, puntos o lo que sea que alguien escribió. Es más, a veces sigo avanzando, con voracidad, sólo para volver a toparme con alguna frase subrayada o un comentario al margen, como si las anotaciones del misterioso y absolutamente desconocido lector fueran más importantes que el libro que me encontré. En ocasiones me intrigan tanto esos personajes-lectores-devoradores de libros que surgieron por fuera de una obra pero se volvieron parte de esa obra, que imagino películas y novelas y cuentos, y me veo en ellos, con un abrigo oscuro y un interminable cigarrillo en los labios en busca de ese lector que subrayó, que anotó y comentó y aplaudió y se peleó con algún autor.

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Varios años atrás, me topé con una biografía de Henri Troyat sobre Dostoievski en la que relataba, entre tantas cosas, que poco antes de que lo llevaran al cadalso del cual se salvó por un indulto a última hora, le dijo a su compañero de condena: “se me acaba de ocurrir un cuento”. La frase estaba subrayada, como otra que Dostoievski le había escrito a su hermano, “tengo un proyecto: volverme loco”, y como muchas más. Había frases al margen, y rayas y puntos suspensivos, y en la mitad del libro, una hoja de libreta en la que alguien había escrito algo como “recuerde su cita con el padre Giraldo el lunes a las ocho”. Mientras yo me perdía entre las páginas de aquel libro, me preguntaba una y otra y otra vez de quién podría haber sido. Repasaba como un poseso la hoja de la cita con el padre Giraldo, el decano de la facultad de derecho de la Universidad Javeriana en algún tiempo, y buscaba indicios que me llevaran a un alguien.

Ese alguien, deduje, debía ser un escritor, porque los comentarios tenían que ver con asuntos como el ritmo, el tono, y algunos hasta esbozaban ideas sobre otros posibles libros. Por años y años, cada vez que leía algo de Dostoievski, retornaba a aquella biografía de Troyat, que como en un infinito juego, me llevaba a otras obras que desconocía. Sin embargo, en el fondo y más que nada, retornaba al libro de Troyat para hallar alguna pista que me revelara el nombre del enigmático escritor de las frases que estaban en los márgenes. Uno de aquellos días, por esas cosas del destino, el libro se me cayó y quedó abierto en la primera hoja, y ahí estaba la firma del personaje que tanto había buscado: Darío Jaramillo Agudelo.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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