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Recuerdos de Ernest Hemingway

Fernando Araújo Vélez

16 de noviembre de 2025 - 06:10 a. m.

Y mató y tuvo que matar, y después hizo la lista de sus muertos y llegó a la cifra de 122, uno de ellos, un muchacho más o menos de la edad de su hijo, Patrick, y le escribió en una de sus cartas a Arthur Mizener, un profesor de literatura de la Universidad de Cornell y crítico literario con quien había comenzado a cartearse en 1950: “He hecho el cálculo con mucho cuidado y puedo decir con precisión que he matado a 122 prisioneros alemanes. Uno de esos alemanes era un joven soldado que intentaba huir en bicicleta y que tenía más o menos la edad de mi hijo Patrick”.

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Luego le habló de los horrores de las armas y de lo efímera que era la vida, él, Ernest Hemingway, que había conducido una ambulancia cargada de heridos por las carreteras de Italia en la Primera Gran Guerra, y que había sido soldado en la Segunda Guerra Mundial, y de sus tiempos en París y en los salones de madame Gertrude Stein, y de Francis Scott Fitzgerald y de James Joyce y de Ezra Pound, y del boxeo y los toros y de Pamplona y Cuba y sobre todo, de la literatura y de escribir. De Scott Fitzgerald, dijo, “No tuve en la vida un amigo tan leal como Scott Fitzgerald cuando no estaba borracho”.

Sobre Joyce habló en una entrevista con George Plimpton, y afirmó: “Cuanto mejor son los escritores, menos hablarán de lo que ellos mismos han escrito. Joyce era un muy gran escritor y solamente le explicaba lo que hacía a los mediocres”. Para Hemingway, Joyce era arte, originalidad y vanguardia, ensayo, error, profundidad, valentía, observación, la fuerza de la disciplina y trabajo y más trabajo. Solían irse de farra por las noches y regresaban a sus casas en las madrugadas, muchas veces golpeados, otras, en pose de héroes de cantina, pero siempre borrachos.

En los tiempos en los que escribía “La naranja mecánica”, Antohny Burgess contaba que Joyce encendía los ánimos para que luego se armara la trifulca y Hemingway saliera a pelear, y que el mismo Joyce decía, “Es un buen escritor, Hemingway. Escribe tal como es. Nos gusta. Es un campesino grande y poderoso, tan fuerte como un búfalo. Un deportista. Y listo para vivir la vida sobre la que escribe. Nunca la hubiera escrito si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla. Pero los gigantes de esta clase son verdaderamente modestos; hay mucho más detrás de la forma de Hemingway de lo que la gente cree”.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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