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Rufius

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Fernando Araújo Vélez
27 de febrero de 2022 - 12:36 a. m.
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Escuché tantas definiciones sobre lo que es y lo que no es la literatura, en opinión de escritores, de estudiosos, críticos o lectores y aún más, que de tanto barullo terminé por quedarme con la que le oí alguna vez a un profesor de matemáticas, que por andar generalizando y precisando con exactitudes y perfecciones, concluyó que la literatura era la historia de lo particular, y habló de partículas, y en sus clases aritméticas que nunca entendí nos dijo en una pausa que de ahí venía la palabra particular, y que si no lográbamos ser particulares, y escribir sobre nuestras particularidades, no seríamos más que robots, una destemplada sinfonía de alienados.

El señor llegaba todas las mañanas a clase con un perro negro de manchas café y blanco o al revés, que se sentaba a su lado y que parecía prestar atención a sus fórmulas y ecuaciones, aunque en ocasiones se quedara dormido. Aquella escena en sí, pensaba yo gracias a la definición del profesor, era una perfecta particularidad con infinidad de interpretaciones. El licenciado jamás nos explicó por qué llevaba a Rufius a clase, pero más de una vez nos quedamos por fuera de horario con algunos compañeros inventado historias sobre ellos dos. Imaginábamos que nuestro maestro no tenía con quién dejarlo y que vivía en un apartamento diminuto, “Solitario, triste y final”, como el título de un libro de Osvaldo Soriano.

Suponíamos, también, que había tenido que llenar mil y diez mil formularios y permisos en la universidad para que lo dejaran dictar su cátedra con su compañero, y poco a poco nos fuimos convenciendo de que Rufius había sido la más importante de las herencias que le había dejado una tormentosa relación, que la ruptura lo había afectado durante unos cuantos meses hasta el punto de dejar de comer varios días seguidos, y que se había empezado a recuperar precisamente con las clases. Nos prometimos escribir una historia sobre Rufius a ocho manos, y la empezamos una aburrida tarde de sábado, con la intención de terminarla para la clase de siete del lunes siguiente.

Le pusimos de título “Rufius”, e incluso le hicimos una ilustración. Nos citamos para el lunes a las 6 y media. Y esperamos, y revisamos nuestro relato, y seguimos aguardando, y nos quedamos observando nuestro texto, y desafinados, cada quien por su lado, canturreamos a Sabina, “Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos…”

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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