Decían y dijeron que Sócrates había combatido en varias batallas de la guerra del Peloponeso, y que en una de ellas, se quedó extasiado observando a lo lejos. Decían y dijeron que jamás escribió nada y era enemigo de la escritura porque de algún modo, pensaba que escribir era una falta de respeto con el otro y los otros, que ante lo escrito, no tenían manera de rebatir nada, más allá de que también era una falta de respeto con la lógica, pues lo escrito, escrito quedaba, y el ser humano jamás era el mismo. Quien escribía, al día siguiente había cambiado, y con los cambios era realmente imposible afirmar algo, o en último caso, si se decía o escribía, había que dejar muy en claro que lo dicho y escrito, se había dicho y escrito en tal o cual fecha.
Decía que el oficio de la escritura haría que quienes lo aprendieran descuidaran la memoria, “ya que, fiándose a la escritura, recordarán de un modo externo, valiéndose de caracteres ajenos; no desde su propio interior y de por sí”, como lo plasmó Platón en su texto sobre “Fedro o la belleza”. Unas líneas más adelante, el Sócrates protagonista de la obra de Platón comentaba que la escritura no era el elixir de la memoria, “sino el de la rememoración”, y “la apariencia de la sabiduría, no su verdad”, para concluir que transformaría a los estudiosos en “eruditos sin verdadera instrucción”, que se habrían de convertir en “sabios en su propia opinión, en lugar de sabios”. Como una especie de apéndice, sostenía que era muy difícil soportar la compañía de los eruditos.
Jorge Luis Borges cerró su ciclo de conferencias de 1971 en las que habló de la literatura y el aprendizaje del escritor en la Universidad de Columbia con una frase de Gilbert Keith Chesterton: “Only one thing is needfull, everything” (Sólo una cosa es necesaria, todo). Luego dijo que un escritor necesitaba soledad, camino, vivir y amar, y sería amado y amante. “Un escritor necesita amistad. De hecho, un escritor necesita el universo. Ser escritor es, en un sentido, ser el que sueña despierto; vivir una suerte de doble vida”. En esa doble vida, la de la realidad y los sueños, la de la experiencia y la imaginación, decía que debía haber conversaciones, discusión, debates, caminos, encuentros, “el arte del acuerdo, y lo que es acaso más importante, el arte del desacuerdo”.