Por los días de 1335, en los que Petrarca decidió subir al Mont Ventoux para observar el mundo con sus ruindades y bondades desde arriba, ya había escrito algunos borradores de su tratado “De vita solitaria”. Allí, había dicho que “Aunque deseemos dejar memoria de nosotros a la Posteridad pensando o escribiendo algo, y con ello detener el paso de los días y extender el breve espacio de nuestras vidas, debemos huir y pasar en soledad el poco tiempo que nos queda”. Él huyó hacia el sur de Francia, y junto a sus obras y su estilo, pasó a la historia como el primer ser humano en subir a la cima del Ventoux. Si fue uno de los pocos “poetas laureados” por el senado romano de su tiempo, y lo fue a los 30 años, también fue el primer montañista documentado de la historia.
Su nombre real era Francisco di Petracco, pero él lo cambió por Petrarca porque consideró que sonaba mejor. Como Petrarca, firmó sus rimas en vida y muerte de Laura, su amada y no tan amada Laura, a quien le escribió numerosos poemas, hasta el punto de que Lord Byron preguntaría y se preguntaría cinco siglos más tarde, “¿Creéis que si hubiera sido esposa de Petrarca, toda su vida hubiera escrito él sonetos para Laura?” Más allá de Laura, quien los estudiosos creen que era Laura de Noves, una aristócrata de Provenza a quien vio por vez primera en abril de 1327, Petrarca fue tempranamente famoso en Francia, y luego en Roma, a donde llegó por un manuscrito de Cicerón que había heredado de su padre.
Cicerón lo llevó al pasado, lo prendó del pasado de Roma y del imperio, y Petrarca se propuso resucitarlo, e incluso luchó por una unidad italiana quinientos y tantos años antes de que se lograra. Fue uno de los primeros humanistas, rechazó cargos y títulos honorarios para dedicarse a pensar y a escribir y se atrevió a describir sus amores y sus sensaciones con nuevas palabras y nuevas formas. Fue consciente del yo y se atrevió a decir que las artes eran un asunto individual, y que todo el mundo debería escribir con su estilo propio, a su manera. Como escribió Jacques Barzun en su libro “Del amanecer a la decadencia”, “Después de él, interminablemente, Europa se vio inundada de mal de amores en forma de sonetos”.