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Somos vanidad, egoísmo, amargura, traición, demencia, odio, amor, perdón, creación y destrucción, y más allá de eso, voluntad, la voluntad de ser capaces de no decapitar al otro por tenerle envidia, la voluntad de trastocar egoísmo en generosidad, traición en solidaridad.
Somos humanos, con todas y cada una de las características de los humanos, aunque nos hayamos encargado por siglos y milenios de negar algunas. Somos humanos con el instinto del asesino inmediato, que reacciona por pasión, por celos, por miedo, por ira o en defensa propia, y con la sangre fría del matador premeditado que disfraza su asesinato en nombre de un dios, de una patria, de una ideología, y somos humanos con la pureza del santo que encontró en su santidad un sentido para la vida y la redención, o eso que llamamos salvación. Santo de dioses, pero también, santo mundano. Santidad de buscar en una causa un pretexto para vivir. Somos santos y somos causa y origen y final y pecado.
Somos un sueño imposible que busca la noche, como el bolero, y somos el sueño imposible de alguien que a la vez es el sueño imposible de otro, y somos las víctimas de un amor imposible que imaginamos más amor, más perfecto, precisamente por ser imposible. Somos un dolor por no conseguir ese amor, por no poder aprehenderlo, y eso también es parte de ser humanos, y somos una venganza calculada contra ese amor, aunque seamos conscientes de que la venganza no va a transformar en esencia nada, pero somos vengativos y nos vengamos por el placer de ver sufrir a quien nos hizo sufrir, o a quien creemos que nos hizo sufrir. Venganza, culpa, bondad, horror: Todos somos todo.
Somos aquel que detestamos y aquel que amamos, y por eso en ocasiones detestamos a quien amamos. Somos aquella que nos despreció, y nos despreciamos, y somos aquella que nos ilusionó, y nos dejamos ilusionar y luego ilusionamos. Somos pétalos y espinas, pero pretendemos amar sólo los pétalos, y tratamos de esconder las espinas. Somos rebaño e individualidad, blanco, negro y gris. Somos cursis aunque lo ocultemos, y aparentemente graves y aparentemente trascendentales. Depresivos y eufóricos, tristes y alegres, calmados y desesperados, pacientes y frenéticos, burleteros y susceptibles, solitarios, comunitarios y comunes.
Somos un ejército armado de millones de voluntades, y pocas veces coincidimos en ella. Desde la diferencia, a veces nos salva la hipocresía, llamada educación y diplomacia, y a veces la indiferencia, a la que preferimos designar como tolerancia. Y somos solos, eternamente solos.
