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Tras Harry el sucio

Fernando Araújo Vélez

30 de enero de 2010 - 11:00 p. m.

Su mayor excentricidad, decían, dijeron, fue pasearse por las playas entonces no tan negras de Cartagena a lo Harry el sucio, con botas texanas, espuelas, revólver, chaleco, sombrero e, indefectiblemente, un cigarrillo encendido en la boca, como Clint Eastwood en el afiche de la película.

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Su mayor temor, aseguraban, era encontrarse en algún periódico con cualquier crítica negativa sobre su ídolo, sus películas, o incluso, los westerns de aquellos años 60. Eastwood lo marcó, cómo negarlo. Le dio una razón para vivir, aunque viviera una vida prestada.

Sus ilusiones, miedos, problemas y soluciones eran los que él imaginaba en aquel actor con cara de displicencia, y sus acciones, las de cualquiera de sus personajes. Aprendió a tocar el piano como su espejo porque le contaron que era un genio del jazz, y se vio todos los capítulos de El Fugitivo cuando alguien le dijo que había sido David Janssen, su encarnación, quien convenció a Eastwood de meterse en el mundo del cine.

Después de Fuga de Alcatraz, 1979, juró que ahorraría cuanto fuera necesario para ir hasta San Francisco y caminar los pasillos que Frank Lee Morris caminó. Sin embargo, jamás logró reunir ni la mitad de lo del pasaje de ida. Dos hijos, dos ex mujeres y la vida, cruda y misteriosa, lo anclaron a su mediocridad. Ni siquiera pudo seguir yendo a todas y cada una de las películas que Eastwood comenzó a dirigir. Más de una vez pensó en escribirle una carta, declararse su más fiel admirador, pero más de una vez, también, desistió pues su estilo no estaba a la altura de Eastwood.

Dos semanas atrás, un viejo amigo le regaló la última biografía de Clint Eastwood, escrita por Patrick McGilligan, un recorrido por su vida desde que nació, en mayo de 1930, hasta sus últimos filmes. Un paseo oscuro en el que encontró a un tipo que no era ni tan rebelde, ni tan solitario o introvertido, ni tan mágico en el piano, buen actor, o culto como decía. No habló con nadie del libro, pero lo leyó dos veces. No lo arrojó por los puentes de la 26 para que un bus lo reventara ni lo escondió bajo el colchón de su cama. Lo alquiló por 15 días. Eso dijeron. Lo alquiló por 30 mil pesos para ir a ver al estreno de la última película de Eastwood, Invictus.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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