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Un viejo Mercedes negro

Fernando Araújo Vélez

20 de junio de 2009 - 01:07 a. m.

Su voz sonó menos melindrosa de lo habitual, porque ella misma creyó que en aquel asiento donde acababa de ajustarse el cinturón de seguridad alguien había matado a un hombre, y ese hombre había retornado para cobrar venganza, pero su amigo-novio que la había recogido no le creyó.

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Había comprado su auto dos días antes, y no se iba a dejar enredar en historias de fantasmas ni en cuentos de supersticiones, como ocurrió años atrás con un Fiat verde, también de segunda, en el que casi pierde la vida un par de veces porque estaba “rezado”, como le decía una hermana. No respondió. Se hizo el desentendido. Ella calló. Lo observó de arriba abajo. Lloró, y aunque él solía repetir que ya no creía en lágrimas de mujer, por fin detuvo su marcha y se volteó. ¿Es para tanto?, preguntó. Ella no pudo responderle de inmediato, pero cuando superó aquella mezcla de dolor, pánico, recuerdos negros y malos augurios, le confesó que una bruja le había predicho que moriría el día en el que se subiera a un carro con muerto a bordo.

La noche terminó ahí. A la mañana siguiente, el dueño del Mercedes negro con muerto se fue hasta el taller donde lo había comprado para indagar algo más. El jefe de mecánicos le contó que no sabía nada de nada, pero hizo cara de recordar algo, y de inmediato llamó a su asistente, un fulano medio enclenque que de día o de noche se escondía detrás de unas inmensas y cuadradas gafas negras, tal vez para no tener que enfrentar las miradas de nadie. Habló en tonos medios, con la mano sobre la boca para que no le entendieran, pegado a su perro, que tampoco dejaba oír casi nada de tanto ladrar y ladrar. Entre balbuceos mencionó a un tal señor López, que había dejado su viejo Mercedes negro un viernes en la tarde, dos o dos años y medio atrás. Dos años y dos meses, lo interrumpió su interlocutor, tajante, poco antes de darle la espalda y meterse en su impecable trasto negro. Veintiséis meses, dijo para sí mismo después, calle arriba, frente a la funeraria donde dos años y dos meses atrás veló a su padre, un venerable anciano al que un viejo carro negro había arrollado.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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