Uno va por la vida en vías de, y eso ejerce una profunda fascinación en mí, pues todo es posible y nada es perfecto, por fortuna, porque lo perfecto, si acaso, está determinado por la medida del pasado, no del futuro. Nada está acabado, nada es finito, comenzando por la nada. Uno no es ni fuerte ni duro ni sensible ni sabio ni inteligente ni honesto ni virtuoso, va en camino de ser algo de todo eso y de muchas cosas más, y en ese camino, en ese caminar, se va volviendo más fuerte, o más sabio o lo que sea. Uno no nace músico o escritor o ingeniero. Si acaso, nace con algunas habilidades para una cosa o para la otra. Lo demás lo va aprendiendo en el vivir. Con la constancia, con la persistencia que algunos a veces suelen condenar, con el darle y el ir en vías de.
Porque Tolstói escribía incluso cuando no estaba escribiendo. Y Shakespare y Goethe y Thomas Mann, y tantos otros. Y García Márquez leía a la luz de las velas en un burdel, y escribía casi que a tientas e iba con sus manuscritos de arriba abajo sabiendo que tenía que seguirlos trabajando para ser, algún día, el escritor que necesitaban esas historias. Y así por los años de los años. Porque Beethoven compuso sus últimas obras sin oírlas físicamente, pues ya había aprendido a oírlas en su mente una y mil veces. Porque Van Gogh y Picasso y Rembrandt se dormían imaginando nuevos colores, alguna forma, y así se despertaban. Iban por la vida en vías de, y esas vías eran los colores, la forma, la textura, la composición, que cambiaban todos los días. O que ellos las cambiaban.
Yo no creo en el talento ni en la inspiración ni en las hadas. No creo en lo dado, y menos, en lo establecido, y aún menos, en lo mandado. No creo en los manuales ni en las rotundas sentencias de Esto es bueno, esto es malo, esto es pésimo, porque entre todas las cosas, el gusto también va en vías de, y la historia está repleta de hechos y de obras que en un momento eran “buenos”, o “malos”, y con los años se transformaron en todo lo contrario, pues igual que todo, la historia es una obra inconclusa, y la hacen, la escriben y la califican seres humanos. En el fondo, cada uno es la medida más honesta de su bueno y su malo, porque sólo cada uno sabe cuánto trabajo le costó hacer lo que hizo, y si hay que hablar de medidas para definir algo, yo siempre voy a preferir la medida de la lucha, del esfuerzo, del dejarlo todo.
Y eso, que en últimas es convicción, fuerza y actuar, también va en vías de.