El próximo mes de septiembre se cumplirán 10 años del viaje del presidente Xi Jinping a Kazajistán durante el cual lanzó su gran estrategia conocida hoy como BRI (Belt and Road Initiative), es decir, la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Los comentarios que se leen en los medios occidentales señalan, por lo general, los tropiezos y no los avances. Pienso que no se trata necesariamente de falta de información, pero sí de una lectura sesgada por nuestra forma de descifrar la realidad.
En una entrevista a Kissinger publicada en The Economist el 17 de mayo, una apreciación del entrevistado me recordó la necesidad de buscar el ángulo desde el cual nuestra contraparte nos observa. Kissinger anota: “Cada vez que Nixon planteaba un tema concreto, Mao decía: «Soy un filósofo. No trato estos temas. Deje que Zhou [Enlai] y Kissinger discutan esto»... Pero cuando se trataba de Taiwán, fue muy explícito. Él dijo: «Son un montón de contrarrevolucionarios. No los necesitamos ahora. Podemos esperar 100 años. Algún día los pediremos. Pero está muy lejos»”. De aquí surgen varios elementos de los muchos que se presentan y dejan ver la complejidad del pensamiento chino y de sus comportamientos.
Sin entrar en la discusión hegeliana de si existe o no una filosofía en China, siento que lo que Mao pudo haber insinuado es que, ante todo, él era un poeta. De tal forma, podría entenderse mejor el sentido del tiempo al que nos conduce y que Borges nos haría más próximo: “Tu materia es el tiempo, el incesante tiempo”.
Cuando la BRI comenzó a moverse se estimó que para 2027 lo invertido por China llegaría a US$1,3 billones. Hoy se proyecta que la suma podría alcanzar los US$3,7 billones. Suficiente para despabilarse. Los siguientes datos ilustran la atención que debemos prestarles para entender y adaptarnos a lo que se viene. Hasta el año pasado se habían vinculado a la iniciativa un total de 147 países de los cuales 43 son del África Subsahariana, 35 de Europa y Asia Central, 25 del este de Asia y el Pacífico, 20 de Latinoamérica y el Caribe, 18 del Medio Oriente y África del Norte y seis del sur de Asia.
Esta lista revela que en la iniciativa están involucrados dos tercios de la población mundial y el 40 % del PIB global. Además, el espectro económico y social de los participantes deja ver un abanico muy interesante: 34 son países de altos ingresos, 42 están situados en el segmento medio alto, 41 en el medio bajo y 30 en el de bajos ingresos.
Por supuesto, no se trata de mantenernos inocentes. Nada es regalado. Estamos frente a unos desarrollos no solo económicos sino políticos que invitan tanto a la prudencia como al coraje. En sus inicios el objetivo estuvo dirigido a la infraestructura tradicional: autopistas, trenes, puertos, aeropuertos, oleoductos, gasoductos y plantas eléctricas, y al mismo tiempo se abrió un espacio para los servicios como las zonas especiales. Sin embargo, a medida que los proyectos fueron avanzando se abrieron nuevos campos. Las iniciativas más recientes se dirigen hacia la Digital Silk Road, la Polar Silk Road, la Health Silk Road y el proyecto del internet de las cosas basado en 5G. Todo un caleidoscopio.
Un plan de tal envergadura resulta apabullante, en especial si miramos a nuestro alrededor. Para no ir muy lejos, recordemos que nuestra última gran obra de infraestructura fue el canal de Panamá. Mientras esperamos el futuro, China seguirá adaptándose a las circunstancias, al cambio, a los avances y retrocesos, a los éxitos y fracasos. Es un proyecto de gran y largo aliento. Y China, como recordaba Kissinger, puede esperar 100 años o más.