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China: no son señales de humo 


Fernando Barbosa

20 de mayo de 2024 - 12:05 a. m.

Las recientes visitas del presidente chino, Xi Jinping, a Francia, Serbia y Hungría a comienzos de mayo y la del señor Kishida, primer ministro de Japón, a Brasil y Paraguay no pueden pasar desapercibidas. Los mensajes que han enviado no son soslayables. Hoy me detendré en el primero.

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Macron, en París, trató sin éxito de comprometer al presidente chino Xi para darle un giro a su política en relación con la guerra de Ucrania. El presidente francés, quizás para buscar un alivio a la Europa fracturada, invitó al encuentro a la presidenta de la UE quien repitió su discurso sobre los desequilibrios comerciales sin lograr avances. En Hungría, donde Xi Jinping culminó su periplo y se fortalecieron los vínculos entre los dos países, fue recibido con todos los honores. Pero fue en Serbia donde dejó impreso su más calificado sello.

Allí la visita de Xi Jinping coincidió con el 25° aniversario del bombardeo a la embajada de China en Belgrado llevado a cabo por Washington bajo la sombrilla de la OTAN el 7 de mayo de 1999. Ese episodio introdujo un cambio notable en las relaciones internacionales de China. Hasta entonces, según las orientaciones de Deng Xiaoping, la estrategia había consistido en mantener un perfil bajo, ocultar las capacidades, ganar tiempo y no pretender ser líder. Después de este acontecimiento, sumado a la crisis asiática de 1997 y al atentado de las Torres Gemelas en Nueva York, China se vio forzada a adoptar un cambio drástico: debió reclamar su sitio en el ajedrez mundial.

Si bien China había superado la etapa de aislamiento y había adquirido un estatus preponderante como miembro del Consejo de Seguridad de la ONU a partir de 1971, su actividad en la política mundial había sido muy discreta. El gran crecimiento de su economía la había colocado en un sitio destacado dentro del panorama internacional. Su pasado, lleno de secretos, y la dificultad para leer su proceso creaban temores al tiempo que grandes expectativas. El mundo occidental, muy influido por las políticas y los intereses de los Estados Unidos, se debatía entre considerarla como enemigo y amenaza o como socio y oportunidad. Poco se dudaba sobre lo que sería su futuro como potencia económica. Sin embargo, eran inciertas las interpretaciones que se hacían sobre su comportamiento político.

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El enorme error de cálculo de Estados Unidos respecto al bombardeo en Belgrado, que trató de minimizar con una compensación de US$28 millones, tuvo otros efectos importantes, como lo fue el respaldo que debió darle Washington a la aspiración de Beijing de ser admitida en la OMC. Pero no solo eso: catapultó a Beijing a la altura que hoy ostenta en los escenarios internacionales.

Además de la debilidad y la fractura de Europa visibles durante esta gira, lo que más sobresalió como mensaje fue la negativa de Xi Jinping de visitar el sitio del bombardeo en Belgrado, como lo había hecho en el pasado. Una acción diplomática muy calculada para confirmar su posición de potencia mundial y notificarle a Europa y a Washington que las acciones de la OTAN y de Estados Unidos en Ucrania no son algo novedoso para Beijing.

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