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Los acomodos del comercio internacional no son novedosos. Hemos vivido siglos de tires y aflojes entre el libre cambio y el proteccionismo. Recordemos no más lo que fue el mano a mano entre comerciantes y artesanos a mediados del siglo XIX en Colombia y lo que significaría en la segunda mitad del mismo siglo el predominio del “laissez faire, laissez passer” (“dejen hacer, dejen pasar”), que produjo efectos en todas partes. Entre nosotros bastaría con recordar cómo la apertura del canal de Suez y la libertad de mercados se tradujo en el eclipse de la industria textil de San José de Suaita en el entonces Estado Soberano de Santander.
Son muchos los cambios que se han dado en los mercados internacionales debidos a razones políticas, económicas, financieras, monetarias, tecnológicas, etc. Pero quizás lo más notable es que han sido los países más pobres los que han tenido que cargar con las peores consecuencias.
Si repasamos lo que sucedió después del Acuerdo del Plaza, el hotel neoyorkino en el que se negoció en 1985 la depreciación del dólar americano frente al franco francés, el marco alemán, el yen japonés y la libra esterlina, nos encontraremos con las dificultades para hacer coincidir teorías y realidades. En el caso de Japón, que tenía una balanza comercial muy a su favor frente a Estados Unidos, los técnicos esperaban que las exportaciones japonesas disminuyeran notablemente como consecuencia de la revaluación del yen. Lo que se logro fue sólo una moderación en el crecimiento del superávit japonés cuya tendencia al alza no fue posible detener.
En efecto, el altísimo valor agregado de sus productos les permitió mantener precios competitivos sin poner en riesgo a las empresas. Un ejemplo que pude constatar por aquella época, fue la estructura de precios de los lentes de contacto. Un par de lentillas en una óptica de Tokio de ese entonces, tenía un precio de venta al consumidor final equivalente a cien dólares de ese tiempo. Pero el costo real de producción era de tan solo diez centavos de dólar.
No sorprende, entonces, lo que parece estar sucediendo con el sector automotor japonés para contrarrestar los aranceles impuestos por la administración Trump. Se ha conocido que estarían dispuestos a ofrecer un descuento en sus precios cercano al 20 % para mantenerse en el mercado de Estados Unidos y, por otra parte, estarían complementando la estrategia importando vehículos americanos pero producidos en sus propias fábricas en Norteamérica.
Lo que puede inferirse de lo anterior es que, si cambian las condiciones de los mercados internacionales por modificaciones como las implementadas por Trump, la supervivencia dependerá del valor agregado de nuestras exportaciones. Si se establece que ese valor es inferior al impacto se podrían afectar no solamente las ganancias sino la subsistencia de los productores. Y habría que acudir a un mecanismo poco atractivo: los subsidios que no son otra cosa que un traslado de los recursos de todos los colombianos a unos pocos bolsillos. En tal caso, se requeriría una modificación del mecanismo que le garantizara un retorno efectivo a los contribuyentes.
Coda. Todavía me mortifica que el archivo de García Márquez no esté en Colombia. Ojalá alguien se atreva a conservar el de la difunta HJCK.
