Las grandes obras, aquellas que cambian el destino de un país, parecen esquivas al nuestro. La última que emprendimos resultó tan dramática que posiblemente ayude a explicarnos por qué nos quedamos congelados. Me refiero al canal de Panamá, que nos costó tal territorio. Ese recuerdo revivió con las declaraciones del presidente y su ministra de Transporte en la apertura de las obras del alto de La Línea. Según sus reiteradas palabras, se trataba de la culminación de un sueño de 100 años. Por supuesto, no se equivocaron con la apreciación. Pero es justamente su acierto el que enfatiza el problema: nuestros sueños son retroactivos y...
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