En muchas ocasiones nos alarmamos con lo que observamos. La presión y la intensidad de los mensajes no dan tiempo para asimilarlos, desentrañarlos, filtrarlos y descifrarlos. Sin embargo, un poco de calma y de serenidad pueden resultar muy útiles para decantarlos. Quizás lo primero que logremos sea reconocer el espacio en que se crean y deambulan los estereotipos y la forma más elemental de manipulación que son las etiquetas.
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La aparición de Japón como actor armado sucedió hace 130 años, cuando venció al ejército de China. De ese episodio nace el remoquete del “peligro amarillo” dentro del cual, no solo Japón sino la misma China, aparecían como la gran amenaza para Europa, su poderío, sus intereses y sus valores.
La etiqueta floreció y desembocó en muchas controversias en todas partes. Colombia no fue lejana al asunto y dio lugar, entre otras cosas, al debate propiciado por Baldomero Sanín Cano en la Revista Contemporánea, de la cual era director; discusión alimentada por la derrota militar infringida por Japón a Rusia en 1905. Decía Sanín que el peligro amarillo “vale contra los japoneses a quienes suponen interesados en destruir en Asia el influjo de Rusia primero, el influjo de Inglaterra, de Francia, de los Estados Unidos más luego, para japonizar la China, armarla, equipar a la moderna sus ejércitos y sus plazas fuertes, y poner el Asia enfrente de Europa”. A pesar de estos señalamientos, el director se cuidó y también reconoció la educación y la tolerancia religiosa y moral de los japoneses.
Lo interesante de este tema es que, siguiendo el hilo, pareciera haber causado honda impresión en los estamentos sociales de aquel entonces. De tal forma, no resulta tan fortuita la decisión de la Academia de Nacional de Medicina colombiana cuando, al contestar el 25 de junio de 1929 una solicitud del ministro de Industrias José A. Montalvo relativa a la conveniencia o no de una inmigración de japoneses a Colombia, manifestó: “…que en su concepto, y anticipándose a reconocer las altas condiciones del pueblo Japonés, que son un ejemplo y un motivo de admiración para el mundo civilizado, una inmigración en masa de colonos japoneses [se negociaba la llegada de 2.000 colonos], desde el punto de vista étnico, no es aconsejable para Colombia” (Archivo Min-Relaciones, copiado por Inés Sanmiguel).
Otro rótulo que dejó huellas fue el del comunismo, propiciado por el macartismo en Estados Unidos, que llevó a persecuciones tremendas como las que se le hicieron a Charles Chaplin y a Bertolt Brecht. La etiqueta era suficiente para difamar y condenar a los enemigos. La sola mención de Alberto Lleras Camargo y de su hermano Felipe como dos de los fundadores del comunismo colombiano pudo haber sido suficiente para poner el debate en injustas proporciones. Pero aquí no hubo en su momento sana ponderación hasta cuando se llegó a la prohibición constitucional del comunismo mediante el Acto Legislativo No. 6 de 1954, que luego sería derogado por el plebiscito de 1957.
De todo lo anterior, lo que sorprende es la repetición de los mismos eslóganes para lapidar a los viejos y a los nuevos contendores, con las mismas consecuencias negativas. Sin argumento alguno, lo que se señala como comunista, sin discriminación o reflexión alguna, se afirma con gran facilidad para descalificar. Y lo mismo ocurre con el nuevo “peligro amarillo”, ahora transformado en la “amenaza china”, cuya intención es desviar la atención sobre hechos y oportunidades que son contundentes y están a la vista de todos.