El reciente cierre de Coltejer trajo a mi memoria el libro Decline and Prosperity: Corporate Innovation in Japan (1987) del Dr. Makino Noboru, quien por ese entonces era el chairman del Mitsubishi Research Institute. El propósito del mismo era identificar las dificultades que tenían las compañías para sobrevivir y prosperar.
Un primer dato que me estimuló estaba relacionado con la expectativa de vida de las firmas, en general. Si bien el hallazgo no me era extraño pues eran conocidas varias opiniones al respecto como la del señor Koji Kobayashi, chairman de NEC, persona muy cercana a Colombia (él presidía el grupo de empresarios amigos de nuestro país y actuaba como interlocutor y facilitador de contactos con las autoridades y con el sector privado) quien sostenía que cualquier negocio expiraba en 30 años si solo continuaba haciendo los mismos productos.
Makino recordaba que en 1921, 12 de las 15 industrias más importantes eran textileras que aportaban el 44 % del producto industrial. Casi siete décadas después, cuando la economía japonesa había crecido 20 veces, su participación apenas alcanzaba el 4,8 %. Y esta sola observación lo llevaba a conclusiones muy pragmáticas: si al comienzo de siglo la gente compraba cuatro o cinco vestidos, a finales del siglo, si se atendiera únicamente a la tasa de crecimiento, tendría que adquirir 80, cantidad sin sentido alguno.
Para afrontar estas realidades, Makino insistía en hacer uso de la innovación a través de la cual se pueden rediseñar los productos para crear nuevos o afines. No se trataba de modalidades rígidas. Por ejemplo, mencionaba una fábrica de Toyota en la que solamente se producían autos del modelo Corolla. Pero con una particularidad. Era lo opuesto del modelo T de la Ford pues producía más de 300 estilos del mismo vehículo. Con los textiles sucedió algo similar. Cuando Corea y luego Tailandia, China, India, etc. comenzaron a entrar en el mercado, la decisión de los japoneses fue la de innovar. Como producto de esa evolución han producido telas inteligentes que reconocen las formas o que logran adaptarse o regular la temperatura del cuerpo del consumidor. Y tal como puede esperarse, estos resultados son el producto de la investigación y el desarrollo, indispensables para generar esos saltos.
Si bien es cierto que se ha valorado mucho el conocimiento sobre cualquier tema por parte de los ejecutivos, técnicos y asesores, hay un campo bastante subvalorado que es el de quienes escudriñan la ignorancia. Somos casi esclavos de las preguntas que tienen respuesta y nos aterran aquellas que nos dejan en el limbo. Pero es allí donde debemos buscar, ahondar, insistir. Especialmente cuando nos enfrentamos a épocas de grandes cambios o quiebres como la que vivimos ahora. Tenemos que empeñarnos en que cualquier propuesta novedosa y retadora no choque con una pared apuntalada en el pasado: eso no se hace así, jamás se ha hecho, faltan argumentos, etc. Claro que el drama aflora cuando uno se percata de que la respuesta que se exige no existe y que apenas está en proceso de construcción. Para afrontarlo —pues nada más aterrador que lo ignoto— se requieren dos elementos: por un lado, un liderazgo nutrido de valentía y audacia. Y de otra parte, la concurrencia de mentes abiertas y dispuestas a lidiar con los retos que generan los cambios.