En busca de respuestas a las convulsiones que nos rodean, he releído el libro Café y conflicto en Colombia, 1886-1910 (FAES: 1981) del Dr. Charles Bergquist, en el que se lee lo siguiente relacionado con el final de la Guerra de los mil días: “Al terminar más de tres años de guerra y comenzar la lucha por la organización de la paz, quienes en ambos partidos se habían opuesto a la Regeneración comprobaron hasta qué punto habían fracasado en su intento de influir sobre el manejo del país, y debieron sentirse desolados por la debilidad de su posición política. La guerra no había puesto fin a las orientaciones políticas y económicas del gobierno nacionalista, a las que desde los primeros años de la Regeneración se habían opuesto en la prensa, el Congreso o el campo de batalla, la mayoría de los liberales y conservadores históricos. La guerra, por el contrario, había ido colocando en el poder a los elementos más autoritarios y católicos del partido conservador, del ejército y de la burocracia. Estos personajes, dirigidos por Aristides Fernández, buscaban organizar la paz con base en la proscripción del gobierno de liberales y conservadores disidentes” (p. 295).
Tales contradicciones resultan cercanas al debate actual cuando se observan las volteretas que le han dado los opositores a la reforma laboral –y a las demás– y que ahora piden que se apruebe; me llevan a la búsqueda de lo que podría llamarse el rescate del pan y la proscripción del circo. La polarización no es nueva y no es exclusiva de nosotros.
Las tentaciones para usar este mecanismo aparecen y desaparecen. Una mirada al pasado puede ser útil para darnos luces. Quizás las diferencias se puedan encontrar en las formas desarrolladas para superar los conflictos y lograr distintos resultados.
Un ejemplo útil, especialmente por las alternativas que plantea, es el del Japón de la posguerra. Lo que sucedió tras la derrota, hace 80 años, hasta 1955, bien podría calificarse como una pesadilla. Aparte de lo que significó reconstruir un país devastado y sometido a la dominación del vencedor, lo que se fue cocinando en materia política fue el parto de la democracia impuesta por las fuerzas invasoras, la consolidación de las fuerzas conservadoras apalancadas en los empresarios y el crecimiento de la izquierda apoyada en los trabajadores y alimentada por los avances del comunismo en China. Tal situación, como era esperable, llevó a agrios enfrentamientos en los que la violencia fue inevitable.
Frente a una economía vulnerable y a un clima social inestable, por iniciativa de los empresarios se fueron construyendo los cimientos de un gran pacto que daría lugar a lo que algunos llaman el Sistema de 1955. Lo primero que se acordó fue eliminar la contienda entre los dos partidos conservadores que se alternaban en el poder: los demócratas y los liberales. De allí, con su unificación, surgió el PLD (Partido Liberal Democrático), que ha gobernado con pequeñas interrupciones hasta el día de hoy.
No obstante, la mayor importancia de este avance fue la consolidación de un gran consenso nacional en el que todos –el gobierno, los partidos, los empresarios, los sindicatos– les dieron un vuelco a las prioridades de sus objetivos y desecharon los cálculos electorales, los cálculos de poder, para dirigir todos los esfuerzos hacia la Política, con P mayúscula. Resultado de aquello fue lo que se conoce como el Milagro Japonés, que se tradujo en el bienestar de todos. Entre otras cosas, se mejoraron las condiciones laborales, la salud, la educación, que permitieron no solo un aumento en el ahorro familiar sino un incremento en la demanda doméstica. Se racionalizaron las ganancias y se apostó a la valorización de las empresas y no al reparto azaroso del lucro. En últimas, la derecha terminó apropiándose de las válidas banderas sociales de la oposición y, reducido el debate a los argumentos y a la acción, se amainaron los vientos de la violencia.
Los fenómenos sociales son sumamente complejos y ello hace que los problemas no logren dilucidarse de manera completa. Por la misma razón, las soluciones que se propongan siempre nos conducirán a respuestas insuficientes. Lo que sí resulta evidente es que abandonar el sistema del “pan y circo”, que nos describió Juvenal, se nos plantea como un paso necesario para elevar la política a sus dimensiones humanas. La prioridad sería la de desarrollar una nueva generación de colombianos sanos de cuerpo y mente, capaces de aportarle a la sociedad y no de demandarle recursos, lo cual empieza por la nutrición de los bebés y de la infancia. Un individuo mal alimentado no tendrá las capacidades físicas ni mentales para crecer y educarse adecuadamente. Y eso significa enfrentar con determinación la eliminación de la pobreza.