Una cosa son las intenciones y las estrategias y otra las percepciones que se generan en la opinión pública. El presidente y el Gobierno jugando a las escondidas con la minga; las respuestas que esquivan la verdad; los problemas, escudándose en las cifras del pasado; un Congreso que, disfrazado de legalidad, anula el juego político de la democracia. Estas y tantas cosas más están logrando que la desconfianza cabalgue desaforadamente. Tal vez se podrá estar actuando con magnanimidad y responsabilidad, pero mientras eso no se proyecte en los ciudadanos que no logran entender por dónde va el agua al molino, poco se logrará avanzar en el propósito de la convivencia, la paz y la reactivación económica. Lo que surge a la superficie es que el Gobierno está dando palos de ciego, está perdido o no logra transmitir qué es lo que busca. El desgaste de la retórica hueca es más que evidente.
Confucio, en las Analectas XII-7, dice lo siguiente: “Zigong preguntó en qué consistía el gobierno. El maestro dijo: ‘En tener suficiente alimento, suficiente armamento y la confianza del pueblo’. Zigong prosiguió: ‘Si no quedara más remedio que renunciar a una de esas tres cosas, ¿cuál sería?’. El maestro contestó: ‘El armamento’. Zigong insistió: ‘Y si no quedara más remedio que renunciar a una de las dos restantes, ¿cuál sería?’. El maestro dijo: ‘El alimento. Todo el mundo ha de morir, así ha sido siempre, pero sin la confianza del pueblo, el gobierno carecerá de fundamento’”.
La pandemia es algo coyuntural que no debe distraer la atención sobre el problema. Lo cierto es que el malestar de nuestra sociedad —nada extraño a lo que sucede en el resto del mundo— ha ido socavando y erosionando la confianza. Hace tiempo esa zozobra, ese descontento podía contestarse con base en la fe, en las ideologías, en las banderas partidistas o en el prestigio de los líderes, cosa que ya no sucede. Recuerdo de mi niñez los comentarios que oía sobre Alberto Lleras. La gente parecía satisfecha solo con constatar “lo bien que hablaba”. A estas alturas, los malabares de la retórica han sido desplazados, por no decir aniquilados, por las redes sociales y los medios virtuales de toda índole. De ahí las enormes dificultades que tienen los gobernantes modernos para convencer a los ciudadanos —sin manipularlos—, que es lo fundamental para crear y mantener la confianza.
No parece ser buena la estrategia de mirar hacia atrás para justificar los males que se padecen. Lo que tal posición deja ver es una incapacidad de enfrentar los problemas y de evitar la búsqueda de cómo atacarlos y solucionarlos. La historia pasada o reciente ha aportado los avances del país al igual que sus defectos y dramas, pero la existencia de este legado no explica nada que tranquilice a la sociedad. Lo obvio es que constituye el punto de partida de las soluciones que todos esperan. Lo que la ciudadanía reclama va más allá de las buenas intenciones de los gobiernos.
Mozi, otro sabio chino, decía que “el hombre sabio encargado de gobernar el imperio debe saber la causa de los desórdenes antes de poder lograrlo. A menos que conozca sus causas, no podrá gobernar”. Y agregaba: “Los que consideran que los demás están equivocados deben ofrecerles algo para hacerlos cambiar. Si uno piensa que los demás no tienen razón y no ofrece alternativas es como si tratara de apagar el fuego con el fuego y sus palabras no tendrán ningún efecto”. Informar qué se ha hecho no explica ni justifica lo que no se ha hecho.