Si quisiéramos viajar hacia el Asia, podríamos tomar hacia el Este para llegar al muy Lejano Oriente después de cruzar el Atlántico y Europa. O atravesar el Pacífico hacia el Occidente para encontrarnos con nuestros vecinos. Sin embargo, en el imaginario aún es muy robusta la guía de la civilización occidental cuya visión hacia el Levante aún domina. Recordemos que Asia proviene del acadio (w)aSu(m) que significa salir o ascender (el sol) y del asirio asu, es decir, oriente. De tal manera, la luz continúa siendo el referente y dejamos que el poniente, la luna y el firmamento nocturno, pasen desapercibidos.
En el texto de Paul Valéry Orientem versus escrito en 1938, el poeta nos advertía que “ante la perplejidad de tantos nombres e imágenes, quien se oriente hacia el este, será incapaz de lograr una figura clara o un pensamiento definido”. Después de casi nueve décadas, no es mucho lo que ha cambiado la situación. Seguimos perplejos e inhábiles para descifrar con certeza lo que ocurre por esas latitudes. Y gran parte de ese desconcierto hay que buscarlo en las complejidades que surgen cuando llamamos como igual a lo distinto o entendemos como lo mismo algo que es diferente. Por ello, para avanzar, requerimos de pasos cuidadosos y mesurados que nos cuiden de distracciones y nos procuren concentración.
Confucio en las Analectas (XII, III, 5) lo precisa así: “Si los nombres no son correctos, las palabras no se ajustarán a lo que representan y, si las palabras no se ajustan a lo que representan, los asuntos no se realizarán”.
La desazón de la Primera Guerra Mundial llevó a que Paul Valéry se preguntara, a mediados de 1919, si el futuro de Europa la convertiría en “un petit cap du continent asiatique” (un pequeño cabo del continente asiático). Es probable que el poeta y filósofo presintiera la apertura a la puerta del infierno que se plasmaría en el tratado de Versalles, cálculo que lo indujera a expresar su hondo pesimismo. Desde muchos siglos atrás, se había entendido lo contrario: Asia era el apéndice de los europeos. Pero lo que ocurre hoy en día da para muchas cavilaciones.
El resurgimiento del Viejo Continente después de la Segunda Guerra Mundial se fundamentó en las relaciones de cooperación que se establecieron con los Estados Unidos. Y ello creó unos lazos tan fuertes y profundos que, interpretando en sentido contrario el presentimiento de Valéry, parecían indestructibles. Pero al igual que en cualquier empresa humana, nada está asegurado y hoy nos encontramos frente a un nuevo panorama: parodiando el discurso de despedida del general Douglas MacArthur ante el Congreso en Washington en 1951, podría decirse que los Estados Unidos jamás morirán, simplemente se desvanecerán.
La política de Washington sintéticamente expresada por el America First del presidente Trump, ha erosionado la presencia de los Estados Unidos en la política internacional. Su retiro de las organizaciones internacionales, la estrategia provocadora contra China, su animosidad con los europeos y sus pendencias con la mayoría del mundo, en vez de fortalecerlos, los están debilitando. Y, por supuesto, no a cualquier precio.
Según datos publicados en International Affairs (2025), superada la pandemia del Covid-19, los sistemas financieros de Asia representaron el 29,3 % del mercado global de bonos, el 34,3% de los mercados de valores del mundo y el 43,1 % de los mercados de futuros. Son datos que nos permiten entrever que mientras el sol se oculta por el poniente, al otro lado resplandece en un nuevo día.