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A mano alzada

Los trenes japoneses: 150 años

Fernando Barbosa
28 de diciembre de 2022 - 05:00 a. m.

El primer tren de los ferrocarriles Nacionales de Japón -conocidos posteriormente como Kokutetsu- salió de la estación de Shimbashi en Tokio con destino a Yokohama, el 14 de octubre de 1872. Eso significa que en este año se celebra el sesquicentenario de tal acontecimiento. Eran los tiempos de una carrera desenfrenada de los japoneses para modernizarse, para ponerse a la par del progreso occidental, proceso que comenzó con la llegada al trono del emperador Meiji, en 1868. Soplaban vigorosos los vientos del cambio.

Si nos atenemos a las fechas, por aquel entonces nosotros íbamos adelante de los japoneses. En efecto, en 1855 ya contábamos con nuestro primer ferrocarril, el de Panamá, con una extensión de 77 km. El de Japón, puesto en operación 17 años más tarde, solo recorría 29 km en un tiempo de 53 minutos. Sin embargo, las cosas pronto cambiarían.

Es indudable el enorme impacto que tuvieron los ferrocarriles en el desarrollo de Japón. Las historias, tanto de las iniciativas gubernamentales como las del sector privado, lo confirman. Se pasó de la locomotora de vapor y de la tecnología inglesa a la producción local con tecnología propia hasta llegar al Tren Bala, el Shinkansen, y a los nuevos modelos que se desplazan sobre campos magnéticos. Con resultados positivos no solo en términos de mejores tarifas y tiempos de transporte, tanto para pasajeros como para mercancías, sino de lograr una operación con muy baja contaminación ambiental.

Pero sumado a lo anterior existe un efecto que, curiosamente, no ha merecido toda la atención y que explica parte de la alta competitividad y productividad en Japón. Se trata del cambio que produjo en lo que se conoce como la conciencia del tiempo y que dio paso a la reconocida puntualidad de los japoneses. Sobre lo que llega a significar la puntualidad para un país, basta con repetir un dato revelado en 2004 por la Fundación Buen Gobierno, que estimó que la impuntualidad de los colombianos, en ese entonces, nos costaba por lo menos el 1,5 del PIB, sin contar los retrasos en el cumplimiento de los contratos.

La operación del tren japonés requirió un nuevo sistema horario que vino a reemplazar el antiguo de horas variables. En efecto, antes de adoptarse el calendario solar, las horas se medían de forma variable. Los referentes eran la salida del Sol y el anochecer. En ese lapso se calculaban las 12 horas diurnas cuya extensión se modificaba de forma proporcional según la duración del día. En invierno, por ejemplo, cada hora duraba menos que en verano. Esto llevó al invento de un curioso reloj que se conoció como wadokei, que reflejaba tales cambios. No obstante, como no todos tenían un aparato de estos, la referencia para señalar cada hora continuó siendo el sonido del tambor de un templo local.

Lo anterior, que no permitía una operación exitosa de los trenes, provocó una solicitud del Ministerio de Obras Públicas para que se adoptara la hora estándar de 60 minutos, lo que en efecto se aprobó a partir del 1° de enero de 1873, cuando también se incorporó el calendario gregoriano, paso fundamental para instituir la puntualidad nipona.

Al repasar esta historia y compararla con la nuestra, resulta casi que inevitable sentir cierta nostalgia y recordar el poema De lejos, de Federico Rivas Frade: Cómo se aleja el tren, cómo se aleja, / y decreciendo va, y al fin se pierde, / y solo el humo de espirales deja /en la extensión de la llanura verde.

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