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Política y tecnocracia

Fernando Barbosa

18 de marzo de 2024 - 09:05 p. m.

Hace ya muchos años, revisando el trazado original de la variante Melgar-Muña con la obra final, tuve una sorpresa muy relevante. La vía que bajaba de Bogotá estaba diseñada para continuar su descenso hacia el río Sumapaz, concretamente hasta El Boquerón, siguiendo el cañón de los ríos Subia y Panches. Era un diseño muy bien logrado por los técnicos y por lo mismo me desconcertó el trabajo final que hizo que la carretera volviera a subir un poco más de ocho kilómetros para encontrarse con la recta de Chinauta que llevaba directamente a uno de los puntos más peligrosos del recorrido, el conocido como la curva de las canecas. Averiguando la historia de la modificación me encontré con un hecho muy claro: los técnicos no consideraron dentro de sus cálculos los efectos que tendría aislar a Fusagasugá del recorrido. Esto condujo a que los habitantes, encabezados por doña Bertha de Ospina Pérez, a través de un mecanismo político, hicieran modificar la ruta. Aprendí entonces que, si se trata de asuntos humanos, la distancia entre dos puntos no es, por lo general, una línea recta.

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Años más tarde me encontré con la Casa de la Cascada diseñada por Frank Lloyd Wright (1867-1959), obra que desafiaba todos los anteriores cánones de construcción. En resumen, se trataba de varios voladizos anclados en la roca que dejaban pasar por debajo el arroyo del Oso. Aquí las alas del arte arquitectónico retaron a los calculistas civiles, a los técnicos que saben cómo hacer las cosas, para hacer posible tan emblemática obra. En otras palabras, una cosa es imaginar y otra construir.

Con el tiempo, tuve el privilegio de conocer en Tokio al Dr. Okita Saburo, notable japonés: ministro de relaciones exteriores, visionario de lo que podría ser el Asia-Pacífico, jefe de planeación, área en la que trabajó desde 1941. Con gran generosidad me comentó sobre los fundamentos del gran desarrollo japonés de la postguerra. Los aliados que ocupaban el país llevaron a los técnicos del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, del Banco de exportación, para que diseñaran un modelo que permitiera la recuperación. Su recomendación fue dedicarse a las industrias intensivas en mano de obra pues era el único recurso cierto en un territorio arrasado por la guerra. La visión política del gobierno del primer ministro Yoshida, que fue la que prevaleció, se pronunció en contra de esta solución. Si se aceptaba, tendrían que competir en condiciones inferiores con países como los latinoamericanos que también contaban con abundante mano de obra y de los grandes recursos de los que carecía Japón. La decisión final fue política, aunque su ejecución, eso sí, contó con todos los mejores técnicos.

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Algo similar sucedió en Corea del Sur cuando el general Park que prometió alcanzar a Japón en cien años, decidió construir una gran acería con las más modernas especificaciones. Su propósito: consolidar la base para una industrialización del país en la que los barcos y los autos serían los protagonistas. Los estudios de factibilidad fueron negativos. Ninguna fuente de financiación respondió positivamente y hubo que echar mano de los estrechos recursos públicos. En otra oportunidad, en un almuerzo en Seúl, le pregunté detalles sobre el proceso de decisión de semejante obra a quien fuera secretario privado de Park. ¿Cómo lo hicieron? Su respuesta cortante: “Simple: Determinación”. En otras palabras, el éxito de la política sobre la técnica. Y nadie puede negar los resultados.

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Y un tercer ejemplo para afinar la reflexión. En mayo de 1985, el primer ministro chino, Zhao Ziyang, en una audiencia que le concedió a la delegación colombiana encabezada por el canciller Ramírez Ocampo, al contestar a nuestras inquietudes sobre qué era el “socialismo de mercado”, el gran programa de gobierno de Deng Xiaoping, nos dio la siguiente contestación que no pudo ser más aleccionadora: “Socialismo de mercado es lo que estamos haciendo. Pero no sabemos qué es”. En conclusión, se trató de una decisión política en la que lo único cierto con que contaban los políticos, era la meta: alcanzar a Estados Unidos en 2050. Y al lado del proceso, tampoco había técnicos con capacidades para ejecutar un programa tan difuso. Hubo que formarlos y de nuevo la política logró sus objetivos.

La política necesita el apoyo de la tecnocracia y de la burocracia. Pero será la élite política la que fije el rumbo del país que ojalá nos proyecte 76 años adelante hacia el siglo XXII.

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