Octavio Paz decía en Vislumbres de la India (1995): “Como una inmensa boa metafísica, la religión hindú digiere lenta e implacablemente culturas, dioses, lenguas y creencias extrañas”. Nuestra boa, igualmente inmensa, no es religiosa y muere y renace cada cuatro años encarnada en las campañas presidenciales. La de 2022 ya alzó vuelo y comienzan a verse las plumas que empiezan a desprenderse. El abismo entre lo religioso y lo electoral es que lo primero es de muy largo plazo y lo segundo es solo circunstancial. La observación que sale automáticamente es obvia: no tiene sentido pensar, diseñar y planear un país para que un gobierno lo ponga en práctica en los dos últimos años, que son efectivamente los que tiene para maniobrar.
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Octavio Paz decía en Vislumbres de la India (1995): “Como una inmensa boa metafísica, la religión hindú digiere lenta e implacablemente culturas, dioses, lenguas y creencias extrañas”. Nuestra boa, igualmente inmensa, no es religiosa y muere y renace cada cuatro años encarnada en las campañas presidenciales. La de 2022 ya alzó vuelo y comienzan a verse las plumas que empiezan a desprenderse. El abismo entre lo religioso y lo electoral es que lo primero es de muy largo plazo y lo segundo es solo circunstancial. La observación que sale automáticamente es obvia: no tiene sentido pensar, diseñar y planear un país para que un gobierno lo ponga en práctica en los dos últimos años, que son efectivamente los que tiene para maniobrar.
No extraña, entonces, la aparición de propuestas para adelantar la formación de nuevos pactos, nuevos programas o nuevas “aleaciones” políticas, como alguien las ha calificado. Son proyectos necesarios, pero de muy corto alcance si solo se proyectan hacia la consecución de resultados electorales en 2022. Además, si lo que se pretende es unir fuerzas alrededor de un plan de gobierno, la tarea ya está hecha. No se requiere seguir conversando. Basta con leer cuidadosamente los elocuentes mensajes de los diferentes estamentos de la sociedad expresados en las manifestaciones de noviembre de 2019, para entender que se tiene que construir un sistema solidario que respete la dignidad del ser humano, genere empleos decentes con salarios justos y fomente una economía sin desigualdades. Ahora, si bien esto aclararía lo que debe asumirse en la coyuntura, aún quedaría por definir un propósito que construya la identidad de la nación y supere el hastío que nos asfixia.
La pandemia que hemos soportado ha sido muy dañina y no es necesario insistir en ello. Pero existe alguna esperanza de que la pausa a la que se nos ha sometido nos deje una puerta abierta a nuevas miradas. Llevamos demasiados años acumulando y ahondando problemas. Infortunadamente, hemos sido muy permisivos en dejar que las soluciones de fondo se queden enredadas en la ambigüedad del lenguaje y no se hagan efectivas.
Toda esa retórica acumulada sigue dando frutos peligrosos: continúa creciendo un hastío cada vez más profundo que nos puede salir muy caro, mientras nos jactamos de que la paz no es la paz, ni la muerte es la misma muerte. Y así, en busca de soluciones ya no tenemos certeza de si el hambre se calma comiendo o yantando. Lo cierto es que ese tedio multiplicado nos puede conducir a la inacción o a tomar decisiones extremas, según lo estudiado por la academia. Quizá por eso, por sus efectos y su gravedad, en la población de Benevento, cercana a Nápoles, se erigió una piedra con una inscripción en honor de Tanonius Marcellinus (circa 300 a. C.), cuyo mérito fue haber sacado a ese pueblo de su longa taedia.
Ahora, si se mira al futuro, puede ser de interés reflexionar sobre el pancasila que adoptó Indonesia después de la Segunda Guerra, para apoyar la construcción de su nacionalidad. Es una ideología fundada en cinco pilares: la creencia en un dios, el nacionalismo, la humanidad, la soberanía del pueblo y la justicia social. Lo cierto es que, a pesar de los debates que ha suscitado, ese derrotero los ha cohesionado. ¿Cuál podría ser el nuestro?