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Turbulencias

Fernando Barbosa

18 de marzo de 2022 - 12:30 a. m.

Quizás resulte útil recordar hoy las discusiones que se dieron dentro del Gozen Kaigi (Junta de Guerra) el 6 de septiembre de 1941, cuando el alto gobierno japonés evaluaba el dilema entre la diplomacia o la guerra con los Estados Unidos. El emperador Hirohito intervino y leyó el siguiente poema de su abuelo el emperador Meiji: “Todos en el mundo / somos hermanos. / ¿Por qué las olas y los vientos / arremeten con tanta turbulencia?”.

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En otro escenario, recordemos que cólera es la primera palabra del primer verso del primer gran poema de Occidente: la Ilíada. Se canta allí la ira, la rabia, la cólera de Aquiles “que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valiosas de héroes”. La sangre en la pluma de Homero no ha podido disuadir la opción de la guerra; los fantasmas persisten. Luego, el recorrido del camino hacia la paz y la lucha entre la memoria y el olvido en la Odisea tampoco se despejan. Estamos en un círculo perverso y en nuestros días seguimos atrapados en la tragedia: si quieres la paz, haz la guerra; si quieres la guerra, haz la paz.

Como después de toda guerra quedan partes casi victoriosas y partes casi derrotadas, se hace perentorio cobijar a unos y otros con mirada inquisidora. En su edición del 8 de agosto de 2015, The Guardian de Londres reprodujo lo que había publicado ese mismo día pero del año 1945: “Lo más notable de la discusión sobre la bomba atómica aquí, hoy, y nadie ha discutido nada más de lo que valga la pena hablar, es que casi nadie menciona el hecho de que acortará la guerra con Japón. Eso no parece importante comparado con el hecho, tan repentina y terriblemente revelado, de que hemos ideado una máquina que acabará con la guerra o acabará con todos nosotros. Para el hombre común, esas alternativas parecen ineludibles”. Si bien es cierto que sobre el tema de la bomba atómica es mucho lo que se ha dicho, es inaceptablemente perturbador que los genocidios de Hiroshima y Nagasaki sigan sepultados por las sombras. O, como lo hubiera dicho Simone Weil, hayan sido aplastados por la fuerza que es la protagonista de la guerra.

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Nada bueno está sucediendo con los enfrentamientos entre Occidente y Rusia alrededor de Ucrania. Cuando los argumentos de parte y parte se enervan, el parto no produce otra cosa que la fuerza. Y cuando alguno de los afectados se siente arrinconado contra la pared, se detona el primer disparo. Lo que sigue es imposible de dilucidar: todo puede pasar. Más aún, si llegasen a entrar en acción las armas nucleares, que no son exclusividad ni de Estados Unidos, ni de Rusia, ni de Europa.

No es posible exponer aquí todo lo que está en juego. Bastaría con recordar lo que sucedió hace unos años cuando Ecuador les cerró a los Estados Unidos la base militar de Manta. La alternativa que surgió fue la de que Colombia permitiera la instalación de más de una decena de bases en nuestro territorio, a lo que el gobierno de turno accedió. Sin embargo, fue tal la presión del resto del continente y del Congreso, que la decisión fue reversada. Y en tal momento no se habló de nuestra soberanía sino de la seguridad de todos los vecinos.

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