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Diplomacia a dos velocidades

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Fernando Carrillo Flórez
19 de noviembre de 2008 - 01:31 p. m.
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TODO INDICA QUE LA VELOCIDAD de los acontecimientos globales es muy superior a la capacidad de respuesta de nuestra política exterior.

Es cierto que no fuimos invitados a las exequias del G-8 en Washington el sábado pasado, pero las consecuencias prácticas del parto de un nuevo escenario global, determinarán el curso de la economía y quizá de la política mundial en las próximas décadas. El nuevo mapa político global que se vio en la Cumbre del G-20 —pese a la ausencia de Obama, el liderazgo desfalleciente de Bush y Sarkozy y la ausencia de grandes acuerdos vinculantes—, debería enviar unas señales de alarma respecto de lo que hay que pedirle a nuestra política exterior.

Los nuevos equilibrios geopolíticos nos dejarán fuera de ese mapa si no estamos listos a demostrar que somos jugadores globales con iniciativas propias. No se puede continuar como simples espectadores frente al vendaval de los cambios mundiales amparados en el argumento de lo bien guarecidos que estamos. Si es verdad que se dispone de sólidos fundamentos para capear el temporal, deberíamos estar afuera buscando espacios para aportar al debate global. Pues no es sólo la solución a la crisis financiera lo que está en juego.

Una estrategia de fondo debería apuntar hacia un solo objetivo: un timonazo a la política exterior de Colombia basado en la transformación de la Cancillería para afrontar nuevos desafíos globales y la modernización de la carrera diplomática para ser convertida en una herramienta consistente con dicho propósito. El Profesor Malcolm Deas ha advertido que la agenda de reforma y modernización de nuestra Cancillería debería estar en consonancia con la magnitud de la reforma y modernización que se ha puesto en marcha por ejemplo en las Fuerzas Armadas. En esta columna hemos dicho que se requerirán batallones de diplomáticos avezados que salgan a defender en el exterior nuestras fortalezas en medio de las tormentas que arrecian.

Es ya un lugar común decir que la política exterior debería ser una política de Estado inmune a los vaivenes electorales. Una política de Estado vacunada contra dos patologías que la han carcomido: el clientelismo en los cargos de libre nombramiento y remoción y el bloqueo administrativo por parte de algunos funcionarios de la carrera. Para que ello fuera posible, como ya se ha afirmado, la política exterior debería ser parte medular de la agenda de nuestra política interna. Ello sólo va a suceder cuando la dirigencia política le otorgue la importancia que tiene y se siente a debatir cuál es la Cancillería que quiere para el siglo XXI y obrar de conformidad con un consenso que rebase las contingencias partidistas.

Reformar una cancillería para que funcione es un asunto que está inventado y que aun algunos de nuestros pares en la región han conseguido. Hay varias experiencias concretas de fortalecimiento institucional del servicio exterior que valdría la pena examinar para determinar cómo tener éxito frente a lo que viene. Pero esa tarea exige una voluntad política férrea para explicar a nivel interno por qué se trata de uno de los grandes temas de la Colombia del futuro, sin darle más largas a este asunto.

No se requiere ser profeta para vislumbrar que en los próximos años la temática de los Derechos Humanos y las respuestas del sistema de justicia ocuparán el grueso de las preocupaciones de la comunidad global frente a Colombia. Y, como estamos hoy, dicha defensa internacional se realizará sin Ministerio de Justicia y sin política exterior que tenga como prioridad tan compleja tarea. Ya se ha dicho también hasta rabiar que es hora de valorar el perjuicio que ha causado el cierre de representaciones diplomáticas, consulares y oficinas comerciales en Estados que por esa razón han dejado de ser aliados. Si se trata de fortalecer nuestra presencia, interlocución y liderazgo en el nuevo mapa de actores globales, vamos en contravía. Es hora pues de evaluar la herencia que recibió el Canciller.

Pero mientras se espera ese debate de fondo, lo que se ve y lo que se oye con inquietud desde las representaciones diplomáticas en el exterior, es el eco de manejos administrativos erráticos al interior de la Cancillería. Asuntos menores que tienen éxito a la hora de obstaculizar la labor de unos embajadores que sólo esperan respaldo, brújula y acelerador para ponerle la cara a un mundo bien diferente de aquel que recibió a este gobierno en 2002.

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