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Felicidad Nacional Bruta

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Fernando Carrillo Flórez
16 de diciembre de 2009 - 03:22 a. m.
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UNA DE LAS NUEVAS IDEAS VENTILAdas en este agonizante 2009 cuestiona las formas tradicionales de medición de la economía.

Si el crecimiento económico no es necesariamente sinónimo de progreso, las estadísticas con frecuencia no envían las señales correctas sobre lo que deben hacer la política y los políticos. En ocasiones, son fotos equívocas de la realidad, no porque puedan ser subversivas como se decía en alguna época en el mundo en desarrollo, sino por el cuestionamiento ciudadano respecto de su eficacia, precisión y transparencia. Algunos creen por ejemplo que la crisis económica se hubiera podido prevenir si no hubieran fallado los indicadores financieros locales y globales.

En ello confluyen ya dos premios Nobel de Economía —Sen y Stiglitz—, Sarkozy y el Rey del diminuto Bután, quienes insisten en la idea de fomentar un índice de satisfacción de los ciudadanos más allá del fetichismo de las cifras. Una revista francesa de psicología ha propuesto el FIB —Felicidad Interior Bruta— para echar abajo la religión de los números basada en la idolatría del Producto Interno Bruto (PIB), por su incapacidad para medir el bienestar.

Hoy, por ejemplo, en plena fiebre de la Cumbre climática de Copenhague, ya se podría demostrar que las medidas para mejorar el medio ambiente son además buenas para la economía. O que fallas geológicas de la realidad latinoamericana como la desigualdad o la inseguridad deberían verse reflejadas en indicadores más precisos que los barómetros existentes. Pues lejos del contenido ideológico que pueda tener una propuesta que cuestiona un tótem de la economía de mercado como es el PIB, se trata de un antídoto al economicismo que ha ahogado otras dimensiones de la vida social.

A menudo les va mejor a unas cifras económicas que no reflejan aquello que en efecto les está sucediendo a los ciudadanos. La ya clásica dicotomía entre la economía y el país, con potencial para convertirse en un factor notable de deslegitimación de la política. De allí que la voz y la participación ciudadana no sean un factor de ineficiencia económica como lo proclaman algunos respecto de los valores que instauró la Constitución de 1991, sino la clave para entender que el gobierno deliberativo o “por discusión”, como lo sugirió el pontífice del capitalismo John Stuart Mill, es un elemento irrenunciable de la democracia.

Sin embargo, el futuro de esta propuesta depende de los valores que cada sociedad incorpora en su propia escala, para determinar lo que se está dispuesto a pagar por la libertad, la igualdad, el respeto de los derechos fundamentales, etc. El desafío consiste en crear un conjunto de indicadores que capturen el bienestar, la sustentabilidad, la defensa del Estado de Derecho y el buen gobierno, dependiendo del peso que la ciudadanía le asigne a cada uno.

Ser iconoclasta en esta materia va mucho más allá de derribar el imperio del PIB para demostrar que el desarrollo político-social tiene un valor en sí mismo e implica también buena economía, así se trate de dimensiones que parecen esquivas frente a las frías contabilidades del sistema. Entre tanto, en nuestro caso y pese a todo, con seguridad continuaremos ostentando con el premio de consolación de ser el país más feliz del mundo.

 

* Las opiniones expresadas no representan la posición del BID, institución a la cual se encuentra vinculado este columnista.

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