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EL RECIENTE INFORME ANUAL DE Freedom House demuestra que en materia de libertades y derechos el mundo retrocede por cuarto año consecutivo, en el declive más largo de los últimos 40 años.
Ello ratifica lo expresado aquí respecto de las fragilidades crecientes de la democracia a nivel global en la década que arranca. Algo más que una simple fatiga democrática, pues implica un golpe certero al corazón del sistema político por donde se nutre no sólo la libertad sino la igualdad.
La crisis del 29 condujo a la derecha a soluciones fascistas y a la izquierda a soluciones comunistas, pero las consecuencias políticas de la reciente crisis global son hasta ahora un enigma. La política ha quedado muda frente a la preponderancia de lo económico sobre lo político y lo diplomático. La mala política convierte la democracia en un instrumento para aniquilar libertades y la otra política se ha quedado taimada frente a la tempestad económica, como si no tuviera nada que decir. La revancha de la política y del derecho sobre la economía no se da aún y apenas ha generado algunas escaramuzas.
La ausencia de soluciones políticas lleva a un silencio preocupante, interrumpido por las voces intolerantes de siempre. Porque tanto la izquierda extrema como los neoconservadores, sobre todo a nivel local, siguen acudiendo a los mismos viejos expedientes radicales que los identifican entre sí y los señalan como reliquias de chillidos políticos ya superados. Su capacidad de innovación en materia política sigue mostrando grandes limitaciones.
Hoy hace carrera una especie de veneración al gigante asiático por su capacidad rápida para salir de una crisis que apenas le produjo ligeros rasguños. Se vende un modelo económico con grandes vulnerabilidades políticas. Ese grito se oyó ya en América Latina de la mano de quienes alabaron los autoritarismos como fundamento del crecimiento económico. Olvidaron aquellos que la democratización política vivida por esta región coincidió con un contexto de crecimiento económico exiguo, persistencia de los problemas de pobreza y desigualdad. Ignoraron también que la concentración de riqueza suele derivar en concentración de poder, y por ello la inequitativa distribución del ingreso tiene una repercusión en la redistribución del poder.
El régimen político no es indiferente para la economía. Rodrik documentó varias ventajas que tienen los sistemas democráticos sobre los autoritarios: una mayor solidez del crecimiento a largo plazo; mayor estabilidad macroeconómica de corto y mediano plazo; mejor control de las crisis exógenas y más elevado nivel de los salarios —y de su participación en el ingreso nacional—. Para no hablar de una mayor capacidad para producir mejores políticas públicas y una menor presencia de la corrupción en las democracias, como lo ha demostrado Transparencia Internacional, ante la vigencia de sistemas eficaces de rendición de cuentas, controles, frenos y contrapesos.
Sin Estado de Derecho, la democracia puede conducir a la tiranía o al despotismo de las mayorías, según la trillada pero acertada expresión de Tocqueville. Así, se cometerán en nombre de la democracia cualquier tipo de desafueros aun bajo la apariencia de su defensa. Y el silencio mudo de la política será el mejor de los cómplices.
*Las opiniones expresadas son del autor y no de la institución para la cual trabaja.
