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¿Continuismo o cambio?

Fernando Galindo G.
27 de mayo de 2022 - 05:30 a. m.

La inminencia de las dos vueltas presidenciales, con la interpretación de las diferentes encuestas que pretenden predecir la voluntad de los ciudadanos en el proceso, ha implicado que los analistas políticos y varios columnistas de los diversos medios encajonen a los candidatos en la disyuntiva del continuismo o del cambio, en el entorno de la polarización de la última década.

La opción de centro y centroizquierda, concretada en la Coalición de la Esperanza, pretendió superar esa polarización entre la extrema izquierda y la ultraderecha. Los integrantes fundadores de la coalición, Juan Manuel Galán, Sergio Fajardo, Humberto de la Calle, Jorge Enrique Robledo y Juan Fernando Cristo, así lo anunciaron el 8 de junio de 2021. Señalaron que “Colombia enfrenta la crisis más profunda de los últimos 100 años, pero la gravedad de la pandemia no debe ocultar el hecho de que la situación anterior ya era muy precaria”. Agregaron que con la actual administración de Duque se ha “retrocedido por lo menos 10 años en la lucha contra la pobreza y se ha regresado a tasas de desempleo de hace dos décadas”, y en la gestión de esta situación se “ha privilegiado a unas minorías”. Afirmaron que “Colombia necesita una acción colectiva para una transformación profunda, pacífica y responsable en el marco de las instituciones”. Aseguraron que querían impulsar “un nuevo pacto social” que pusiera en el centro valores como la paz, la democracia, la justicia, la soberanía nacional y el bienestar y cuidado común. En el documento enumeraron “problemas sistémicos de Colombia como la corrupción, el acceso a la salud, la redistribución de la riqueza y la persistencia de la violencia”, según EFE (08/06/2021).

La Coalición de la Esperanza, con el posterior ingreso de Carlos Amaya, del Partido Verde (con maquinarias en Boyacá y Bogotá); de Íngrid Betancourt, que sobrevino como disociadora, y de Alejandro Gaviria, quien buscó apoyos donde no debía, implosionó a tal punto que los eventuales electores, a pesar de las buenas propuestas, no se han reflejado en los percentiles de las encuestas, como opción ganadora en la primera vuelta.

En condiciones de crisis similares, el país tuvo la suerte de contar con estadistas de la solidez de Alberto Lleras, de López Pumarejo, de Carlos Lleras, o humanistas de la profundidad de Darío Echandía, Guillermo León Valencia, Belisario Betancur, como ocurrió en los años 50 con el proyecto del Frente Nacional, gestado por tan eximios compatriotas para superar las consecuencias del 9 de abril y de la dictadura militar, y garantizar la estabilidad de la nación.

En el panorama político contemporáneo los perfiles de los dirigentes son distintos. Han convertido la campaña presidencial en una contienda de agresiones, descalificaciones e imputaciones, en la que el individualismo, la arrogancia de algunos candidatos y sus intereses particulares están por encima de la supervivencia de la patria. La corrupción de la clase política es protagonista en la percepción de la ciudadanía encuestada y marca la tendencia del posible resultado electoral.

El candidato del continuismo lo es porque, sin escrúpulos y complacencia, ha recibido el apoyo de los partidos tradicionales signados por los vicios de los contratos indebidos desde los cargos públicos y, en caso de resultar ganador, posiblemente le cobrarán el favor. Al candidato del Pacto Histórico se le han unido individuos provenientes de esa clase política, que le merman credibilidad a su opción del cambio.

Para los analistas, el crecimiento de la favorabilidad del candidato Hernández se debe, precisamente, a que no tiene el aval de ningún partido, lo que le ha permitido esgrimir el lema de campaña contra la corrupción y la ladronería de la clase política. Es otra faceta de la opción del cambio.

Así las cosas, si pasan a la segunda vuelta Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, son responsables tanto el gobierno de Duque, por sus repetidos desaciertos, como la clase política que truncó el objeto del servicio al bien común y al mayor bienestar de la sociedad, por ambiciones económicas individuales que hastiaron finalmente a los electores.

 

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