Publicidad

La finura de lo onírico

Fernando Toledo
16 de abril de 2014 - 02:17 a. m.

Existen, en la historia del teatro, dinastías que se han dedicado, desde muchos ángulos, a enriquecerla.

Una de ellas, qué duda cabe, es la de los Chaplin. Desde los padres del gran Charlot fue así, aunque sean ahora los nietos los encargados de hacerlo, tal y como ocurre con una directora de la familia e hija de Charlot, quien trae al iberoamericano Murmullos, una pieza sin diálogos en la cual los textos, y valga el aparente contrasentido, fluyen a través de las acciones y conducen el desarrollo dramático a través de unas increíbles dosis de magia escénica, algo de mímica con la ayuda del lenguaje circense de poder comunicativo y sobre el establecimiento de un delicado clima onírico. El planteamiento inicial es simple: ¿las paredes tienen memoria? ¿Intervienen en la vida de quienes las han habitado? A partir de ahí empieza a fundarse toda una complicidad imaginativa con el espectador que va a ir desarrollando ese hilo de Ariadna que, a la postre, ha de responder a la pregunta planteada por Thierrée-Chaplin, la creadora del espectáculo. Impecable la actuación de la Compagnie des Petites Heures y la construcción de un espacio escénico de cajas de cartón, ciudades que se construyen y se deconstruyen, ambientes íntimos que aparecen y desaparecen y que crean el espacio escénico imprescindible para contar un cuento de alucinaciones y de sueños que se acerca a ese surrealismo que, hasta ahora, empieza a parecer la nota dominante de un festival que ha empezado ya su segunda fase.

A propósito del lenguaje del circo, es el mismo que en La Verità, con una gracia exquisita, con imaginación teatral y con un refinamiento nada común, utiliza el suizo Daniel Finzy Pasca con la compañía, original de Lugano, que lleva su apellido y que trajo este año al festival, porque ya había venido. Se trata de un espectáculo delicioso que encantará a grandes y a niños por razones que parecen diferentes, pero que, a la postre, no lo son tanto. A los primeros, el tono “bodevilesco” que desde el principio invade la escena ha de convencerlos: un telón de Dalí olvidado, el glamour del Nueva York de los cuarentas, el baile del cancán y la gracia de lo acrobático, junto, claro está, a la fuerza de la puesta, les dará razones para disfrutar de un circo de escenario, como suelen ser los grandes circos del mundo, al que sólo le falta el embudo de algodón de azúcar. A los mayores, la propuesta, sin copiar fórmulas, los lleva a establecer su propio ensamblaje que de ninguna manera prescinde de lo onírico y se dilucida en una atmósfera propia y original que no pretende copiar fórmulas establecidas por la contemporaneidad y que pareciera resolverse en un lenguaje teatral y muy pertinente. De nuevo, dos exquisiteces que siguen señalando a este festival como uno muy peculiar.

 

*Fernando Toledo

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar