Esperanzadora y multicolor resultó la posesión de Gustavo Petro. Con notables discursos de los presidentes de la República y del Congreso. Ahora entramos a un período vertiginoso de cambios, propuestas, realizaciones, naturalmente de críticas. La agenda es densa y está poblada de temas fundamentales. Una oportunidad de oro para concentrarse en ellos y en la manera en que son procesados a través de propuestas y políticas públicas.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Pero, antes de poder hacerlo, es necesario lidiar con un par de narrativas que está intentando hacer valer el Centro Democrático. Por desgracia, nos encontraremos con ellas en el futuro (especialmente en coyunturas críticas). Recuerden esta predicción. Así que es bueno establecer con claridad desde el principio los cuentos y las cuentas.
En su respuesta al presidente, Paloma Valencia y María Fernanda Cabal quisieron hablar a nombre de “la mitad del país” que no votó por Petro. Esto simplemente es un raponazo a plena luz del día. Los 10 millones de votos largos que obtuvo la candidatura que perdió en la pasada segunda vuelta fueron depositados a favor de Rodolfo Hernández. Este ha sido muy cuidadoso frente al nuevo Gobierno; declaró que apoyará lo positivo y criticará lo negativo. Por eso no usó el derecho a réplica que tienen los opositores.
Mucho más duro ha sido uno de los perdedores de la primera vuelta, Fico Gutiérrez. Fico sacó algo más de cinco millones de votos, y —si mal no recuerdo— sólo ganó en Antioquia. Pero muchos del Centro Democrático pudieron votar por Fico sólo después de taparse las narices; les parecía —para usar una de las muchas caracterizaciones coloridas de Duque por parte de Cabal— “un liberal de izquierda”. Entendible. Pues a su campaña la acompañaron varios partidos que votaron por el sí en el plebiscito, como la U y el liberalismo. Esas dos fuerzas hoy acompañan al Gobierno. Lo mismo sucede con el Partido Conservador. Esos votos NO son del Centro Democrático.
Si descontamos el raponazo, Paloma y Mafe hablan pues en nombre de un par de millones de votos, como máximo, y de una fuerza cuyo arraigo ya hace rato no es nacional. Ella ni de lejos constituye la mitad del país; como dije en la columna anterior, seguramente no representa ni la cuarta parte del electorado. ¿Razones? Muchas. La principal es que el Gobierno del Centro Democrático sale en medio del rechazo y del escándalo generales. Sólo recuerdo otra administración que pueda competirle en términos de descrédito a la que acaba de salir y es la de Andrés Pastrana. Él también es hoy ficha del Centro Democrático.
Aparte de niveles de corrupción e ineficiencia escandalosos, el desprestigio del CD se debió a su brutal despreocupación por la vida de los colombianos. Lo que me lleva a la segunda parte fundamental de la narrativa de Paloma y Mafe: se presentaron como grandes defensoras del Ejército y la Policía. Anunciaron que se desvelarán por su suerte.
En realidad, el CD sí ha mantenido una relación especial con la fuerza pública. Consiste en el siguiente pacto envenenado: el mando civil incita y encubre; a cambio, la fuerza pública puede disparar contra los civiles. Eso sí: cuando la presión internacional se salía de madre —a la nacional se le podía responder a bala— eran los uniformados los sacrificables.
El resultado de esto —que recoge y potencia lo peor de nuestras tradiciones— fue terrible para la población. Para el sector seguridad y las instituciones también resultó destructivo. Recuerden sólo dos de sus efectos más visibles: degradó a los estamentos directivos y creó una fisura enorme entre sus líderes y la ciudadanía. La caída en la confianza y favorabilidad de la Policía, por ejemplo, es impresionante.
El envenenado pacto uribista ha sido durante años la única relación imaginable entre mando civil y agencias de seguridad. Superarlo implica también construir, desarrollar y hacer pedagogía alrededor de otras maneras de ver las cosas.