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Apuestas altas sin resultado claro

Francisco Gutiérrez Sanín

12 de noviembre de 2020 - 10:00 p. m.

Sigue sin resolución el drama de las elecciones gringas. Trump pone en el sector defensa a fichas suyas, una medida claramente amenazante, y Pompeo habla del segundo período de su jefe. Biden mientras tanto vende una imagen de serenidad, como si su acceso al poder fuera inevitable. No sé qué tan sabia sea esa táctica de contrarrestar furia con comedia, cólera con puesta en escena “de los viejos buenos tiempos” en los que los presidentes sabían tener “comportamiento presidencial”, dos tópicos que han salido a relucir una y otra vez a lo largo de esta atormentada campaña.

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Para el mundo, la diferencia entre Trump y Biden es enorme. Eso no quiere decir que si se llega a concretar el acceso del segundo al poder empiecen a correr en todo el globo terrestre ríos de leche y miel. Lo mismo —la premisa y la aclaración— se aplica para Colombia. Por ejemplo, con Biden en los Estados Unidos, el Centro Democrático tendrá mucho menos margen de maniobra para poner de rodillas y domesticar, vía reforma o referendo, el aparato de justicia. También tendrá que prestar más atención a los derechos humanos y seguramente se verá obligado a desarrollar una política que merezca ese nombre —es decir, evaluable con respecto de resultados— frente al asesinato de líderes sociales. No es poco.

Con respecto de la paz, las cosas son más difíciles de valorar. El peso de Estados Unidos en nuestro país es enorme, no sólo en algunos temas críticos sino también como referente para la adopción de orientaciones y perspectivas de gobierno. Por lo tanto, que el presidente estadounidense sea un amigo proclamado del Acuerdo de Paz es muy positivo. A la vez, esto tiene límites claros. El grotesco entrampamiento de Santrich documentado por este diario muestra cómo fuerzas binacionales pudieron entrar en dinámicas de desestabilización del Acuerdo, a un nivel de toma de decisiones inferior al presidencial pero igualmente efectivo. La figura pública de Santrich siempre me produjo una combinación de asombro e irritación, pero no creo que todo el episodio pueda ponerse en los términos morales-sentimentales que se han convertido en el estándar de nuestro debate público: “traicionó el Acuerdo”. Este es un problema al mismo tiempo político y material. Si les vas quitando deliberadamente a los que se desmovilizan los incentivos para quedarse “dentro del sistema”, la probabilidad de que un grupo relativamente grande salga aumentará bruscamente. Esto de hecho ya sucedió, parece irreversible y las consecuencias las pagaremos todos los colombianos. Hay que exigir responsabilidades políticas aquí y allá. Por lo demás, algunos pocos observamos desde el principio que todo el asunto tenía un trasfondo terriblemente oscuro. Pero muchos, comenzando por el entonces presidente, corrieron a querer creer y prestar apoyo a la componenda, pese a la naturaleza dudosísima tanto de la supuesta evidencia como del personaje que la presentaba.

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El tema de la guerra contra las drogas tiene varios matices. Como se sabe, el Acuerdo de Paz produjo una opción seria de sustitución negociada de cultivos ilícitos, que ha venido siendo desmontada a punta de erradicaciones forzadas y fumigaciones, después de que Trump le ordenara a Duque pública y agresivamente cortar el chorro del suministro de coca a su país. Biden ha sido un halcón en la guerra contra las drogas. Sin embargo, llega a la Presidencia sobre los hombros de una coalición amplia, en la que fuerzas progresistas con una perspectiva diferente tienen voz y pusieron muchos votos. Más aún, cuatro estados hicieron (junto con la votación presidencial) referendos para la legalización de la marihuana recreativa; si no me equivoco, ganaron todos los del sí. Sintomáticamente, no todos estos resultados corresponden a estados demócratas.

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No hay mucha evidencia de que Santos haya tenido un gran margen de maniobra en este terreno con Obama. Mal precedente. Pero las cosas han cambiado. Igual, el grueso de los desenlaces dependerá de nosotros.

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