Nos encontramos en un proceso de cambio vertiginoso (económico, político, social, tecnológico, demográfico, cultural), pero buena parte del país político y de los medios sigue empeñada en no verlo. Mejor el cómodo pasado, en el que bastaba alinearse con el Norte para saber dónde estaba la respuesta correcta. Metes la cabeza en un hueco y, al menos, logras ignorar el genocidio israelí.
Pero ni así funcionan las cosas. Pues, en muchos de los balances de fuerzas que cuentan, las capacidades y las oportunidades se están moviendo del Norte al Este. Dos eventos recientes, lo suficientemente pequeños como para que nuestra prensa no los reporte, dramatizan el punto. El primero es la reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái que, con el presidente chino Xi Jinping fungiendo como anfitrión, contó con la presencia de los jefes de Estado de India y Rusia, entre otros (estuvo también, como invitado, el otro Fico, es decir, el primer ministro eslovaco). ¿Dije pequeño? Fue un foro en donde los dos países más poblados del orbe, y el más grande, gobernados por fuerzas políticas con visiones muy diferentes, se pusieron de acuerdo para limar diferencias y apostarle al multilateralismo. El discurso de Xi, explicando su oferta para la humanidad, fue bastante impresionante. Contrariamente a lo que supondría el lugar común, defendió la ciencia, la diversidad, la globalización, los acuerdos de libre comercio, la estabilidad y el crecimiento económico. Rechazó con fuerza el unilateralismo y el matoneo.
Mientras tanto, en el actual epicentro orbital del matoneo, un par de periódicos estadounidenses y CNN hablan sobre el entierro del sueño americano. Estamos muy familiarizados con el contenido de este último, pues millones de colombianos lo vivieron. En lugar de inclusión social en gran escala vía política (que los Estados Unidos ensayaron con gran éxito durante Roosevelt, y con triunfos parciales durante Johnson), lo que ofrecía ese sueño era una extraordinaria movilidad social ascendente, en medio de una economía relativamente desregulada y muy poderosa. La promesa era por tanto: “Si trabajas lo suficientemente duro y bien, tendrás éxito”. En una encuesta reciente, preguntaron cuántos creían en ella. Las respuestas positivas habían caído en picada para todas las categorías de la población, en relación con la situación de hace 15 años (cuando ya el escepticismo cundía). El fenómeno es particularmente agudo para los jóvenes; solamente 21 % de ellos creían todavía en el sueño americano. Parece que se acabó, y ahora viene un duro despertar en una sociedad que le está quitando a sus miembros las pocas protecciones sociales (en relación con otros países desarrollados) de las que disponían y ya hace rato es cada vez tacaña en cuanto a la provisión de redes de apoyo humanas. En ese mismo sondeo, 17 % de quienes respondieron dijeron que no tenían ningún amigo cercano.
El punto entonces es el siguiente: las fuerzas del Este (“euro-asiáticas”) tienen una propuesta inclusiva. Occidente se fracturó. La oferta estadounidense cada vez más se reduce a la subordinación pura y dura (a cambio de la cual no te destruirán). Lo de Europa merece un comentario aparte, pero tampoco parece particularmente atractivo. En este contexto, se me antoja que Latinoamérica tiene algo especial que darle al mundo: una voz constructiva, nuestra y prometedora. Pues China y Rusia pueden promover creíblemente el multilateralismo, pero no la democracia. La India de Modi, con su giro nacionalista religioso, tampoco tanto. La lucha de Europa por la democracia no solo no incluye el multilateralismo, sino que a menudo va dirigida explícitamente contra él. Estados Unidos no da ni lo uno ni lo otro. África está en su proceso de reconfiguración. Desde América Latina, hay fuerzas sociales y políticas capaces de abrazar genuina y simultáneamente estos dos valores centrales de nuestra época.
Si tu brújula solo apunta al Norte, no solamente condonarás horrores, sino que también perderás todas las oportunidades que ofrece tu mundo, el de hoy.