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Comienzo feliz

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Francisco Gutiérrez Sanín
07 de octubre de 2022 - 05:30 a. m.
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El secretario de Estado Antony Blinken pasó por Colombia, refiriéndose con cuidado y cordialidad a los temas bilaterales. No sólo quedó claro su esfuerzo por tender puentes y mantener una relación fluida con el país, sino que recogió algunos de los temas cruciales planteados por nuestro presidente. Qué diferencia con respecto del anterior gobierno, que sólo tenía para ofrecer, como compensación de su insondable opacidad, una completa subordinación. Que cada parte planteara sus posiciones —no “líneas rojas”, como se dijera de manera errada y escandalosa— es algo lógico en una conversación entre adultos. Entre otras cosas, porque la obligación constitucional de Petro es defender nuestros intereses, no los de la potencia del norte. Y es claro que en el mundo adulto la total y absoluta identificación de intereses no existe. Mantener y desarrollar ese tono, claro y cuidadoso, debería ser una aspiración estratégica del país.

Pero aquí es donde comienzan mis temores. Un amigo tuitero comentó entusiasmado que esa conversación entre los gobiernos de Colombia y los Estados Unidos era un “final feliz”. Entendí su punto, pero en el acto le respondí que creía que era apenas un “comienzo feliz”. Que no se puede ni debe demeritar, pero que abre interrogantes a futuro.

Me explico. Muchas de las conquistas ya conseguidas a nivel nacional e internacional en un período muy corto serán sostenibles sólo si están respaldadas por políticas públicas que produzcan buenos resultados. Tomen el caso de la, en efecto, fracasada y antisocial guerra contra las drogas. Suspendimos las fumigaciones y la erradicación forzada; un gran paso adelante. A la vez, los Estados Unidos no van a dejar de fijarse en el número de hectáreas cultivadas con coca, marihuana ilegal o amapola. Y los campesinos no van a dejar de exigir un tránsito en condiciones viables a una economía legal, que no destruya completamente los avances sociales que lograron gracias a su integración a los mercados globales ilegales. Eso significa que en realidad la clave de la cuestión está en la capacidad de producir una política pública que sea lo suficientemente atractiva para que los campesinos entren a ella, y a la vez que sea viable internacionalmente.

¿Cuál es el “espacio de posibilidad” de esa política? Vale la pena recordar, contra la impotencia aprendida, que es relativamente amplio. La aspersión aérea de veneno —es decir, la presencia estatal por intoxicación—, cuya suspensión viola, según parecen creer algunos, trascendentales “líneas rojas”, es una extravagancia y una brutalidad, que no practicaron nuestros vecinos. Tampoco el empobrecido Afganistán. Bolivia ha desarrollado un interesante esquema que le permite tener y regular el mercado legal de la coca. Ha resultado un rumbo constructivo y viable nacional e internacionalmente (naturalmente, no carente de conflictos). Sólo es una entre varias opciones interesantes.

Es clave, entonces, desarrollar una política que evite dos despeñaderos: la proliferación descontrolada de economías ilícitas y la recaída en la solución represiva con todo el salvajismo que implica (en realidad, la “solución” colombiana de las últimas décadas terminó combinando ambos males). Construir esa política a partir de lo que hay (el PNIS, etc.) es urgente. Y exige claridad, conocimiento, evaluación rigurosa, espíritu metódico. Permítanme una analogía. Durante varios años oí con un poco de frustración cómo se repetía una y otra vez el siguiente lugar común: “La reforma agraria es un problema político”. Suena bonito, ¿verdad? Pero es tramposo, pues resulta u obvio o falso. Claro: la reforma agraria, así como la salida de la guerra contra las drogas, son problemas políticos de primera magnitud. Pero no sólo son eso. Son también problemas técnicos, que necesitan del respaldo de músculo administrativo, participación, mecanismos de coordinación, capacidades humanas e institucionales.

Lo que se ha ganado con este loable “comienzo feliz” sólo se puede sostener y convertir en “final feliz” a través de una seria política regulatoria y/o de sustitución. Sería ideal que su construcción fuera prioridad.

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