Leo que, según el razonamiento de un comentarista, algunos fanáticos creen que la fumigación aérea de cultivos ilícitos es una panacea y algunos otros creen que es un desastre. El personaje en cuestión anuncia triunfalmente que él toma el camino correcto, el del medio: ni lo uno ni lo otro. Es apenas una herramienta más en la lucha contra las drogas.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Me perdonarán si dedico una columna a este jueguito mental basado en simetrías. Es fácil ver que puede conducir a cualquier parte. “Algunos extremistas creen que la tierra es plana. Otros, igualmente radicales, afirman que es redonda. Ambos se equivocan: tiene forma de salchicha”. Alguien te roba $100.000 y días después te propone que partan por la mitad. Y así sucesivamente. Esto, a mi juicio, no es ponderación, sino retórica barata. Y por consiguiente no ameritaría comentario alguno —por lo menos, nada más que una broma en Twitter—, si no fuera por dos circunstancias. La primera es simplemente que en el país hacen carrera desde hace rato las falsas equivalencias. En este contexto, señalar con el dedo adónde se termina cuando ellas se llevan al extremo puede tener sentido.
La segunda es, creo, más importante. Porque en este aparentemente trivial juego de simetrías se ha perdido algo fundamental: las afectaciones a decenas de miles de ciudadanos de este país y las implicaciones humanas, sociales y políticas que tienen. Cada vez que leo las justificaciones de la susodicha aspersión, me encuentro con expresiones como: “Algo hay que hacer”. Lo que en plata blanca significa que un círculo muy cerrado —y con unas características sociales muy específicas— necesita cumplir sus compromisos internacionales sin hacer la contabilidad de los costos que tienen sus acciones para otros. Mejor dicho: se trata de exclusión pura y dura.
Y, por lo tanto, de una perspectiva inherentemente inmoral e injusta. Pero, además, constituye la fórmula perfecta para crear un infierno. El Acuerdo de Paz en este sentido constituyó un avance real, que por desgracia fue anulado poco después: permitió la expresión de la voz de las personas involucradas en la economía cocalera, a cambio de un riguroso pacto en el que ambas partes —campesinos y jornaleros, por un lado, y Estado, por el otro— se comprometían a construir rápidamente una alternativa legal viable. La evidencia muestra que la parte vulnerable cumplió y que el Estado, en cambio, se retrotrajo de sus compromisos. Decidió unilateralmente cambiar la sustitución (liquidándola de facto) por la fumigación. Esto lo sabemos, entre otras cosas, por declaraciones públicas de funcionarios de esta administración, que a propósito no han tenido el tiempo para explicarle al país qué responsabilidad asumen por la plata que se rifaron: pues un plan de sustitución a medias tiene poquísimas probabilidades de generar un efecto real. Así que lo que se invirtió en él es dinero a fondo perdido.
En fin. Duque decidió impulsar la reiniciación de las fumigaciones. Hasta el momento en que escribo esto, el gobierno de Biden ha reaccionado de manera más bien tibia frente a la propuesta. Pareciera, por tanto, que la posición de Duque responde ante todo a la esperanza de desarrollar una agenda binacional —principalmente republicanos y uribistas—, uno de cuyos puntos de referencia claves es mostrarse “duro con el crimen”. Con tan mala suerte que el perfeccionista se saltó por la torera —mejor: decidió simular— el cumplimiento de los pasos legales mínimos para poder implementar la destructiva política que estaba proponiendo, lo que condujo a su frenazo por parte de la Corte Constitucional.
Permítanme terminar con una confesión: creo a pie juntillas en la ecuanimidad. Pero no en la que consiste en jueguitos de simetrías y en tomar mecánicamente “el camino medio”, poses con las que no se podría manejar bien una tienda (según María, dos más dos son cuatro; según Mario, son seis; la respuesta entonces será cinco), no digamos un país.