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Elogio del gerundio

Francisco Gutiérrez Sanín

29 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.
“Más que desmemoriada, la declaración [de Humberto de la Calle] se me antoja un tanto pesimista”: Francisco Gutiérrez Sanín
Foto: El Espectador - José Vargas

Dijo los otros días el doctor Humberto de la Calle Lombana: “Si se prolonga cuatro años más el régimen del Pacto Histórico, no sé si las instituciones resistirán”. Más que desmemoriada, esta declaración se me antoja un tanto pesimista.

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Pues nuestras instituciones sobrevivieron a los regímenes en los que participó el propio De la Calle. Por ejemplo, fue ministro de Gobierno bajo el de Gaviria (1990-1994), que transcurrió en medio de escándalos continuos y una escalada extraordinaria de violencia. Recuerden la Catedral, la huida espectacular de Pablo Escobar, la corrupción salida de madre, la creación de las Convivir, el auge de las masacres. Pero, vean ustedes, las instituciones resistieron.

De la Calle fue vicepresidente de Samper (1994-1998). Pero como lo enfrentó, supondré que no tuvo nada que ver con su desempeño (cosa que es un poco manga ancha).

Dios, empero, solamente aprieta, no ahorca. Bajo el gobierno de Pastrana (1998-2002), De la Calle volvió al poder como ministro del Interior y embajador ante la OEA. El “régimen” de Pastrana no merece ningún adjetivo menos enfático que milagroso: pues en efecto logró el prodigio de poner completamente de acuerdo a izquierda y derecha, que coincidieron en calificarlo como uno de los peores que haya vivido este pobre país (Álvaro y Andrés se volvieron amiguitos, pero eso pasó mucho después). Pastrana entregó a Colombia a cuanto factor de ilegalidad tuviéramos; su debilidad frente a las FARC-EP solo se equipara con el haber puesto de rodillas al Estado frente a los paramilitares cuando estos decidieron bloquear una zona de despeje que, en medio de la alegre rifa, también se le había concedido al ELN. No hablemos ya de nuevos y tremendos episodios de corrupción (comenzando por Chambacú y Dragacol), de la ofensiva masacradora de Castaño, una pesadilla anunciada públicamente que nunca encontró siquiera un amago de respuesta, y de una cantidad tan grande de horrores que no cabrían en muchas columnas. Que, sin embargo, palidecen frente a lo que ocurrió durante Uribe, un gobernante frente al cual De la Calle guardó en general un benévolo silencio. Pero, ya ven ustedes, nuestras instituciones le sobrevivieron. Sobrevivieron a los ataques virulentos contra el aparato de justicia, a la reelección en cabeza propia y obtenida por medio de maniobras corruptas, a las guerras homicidas entre paramilitares en medio del proceso de paz, al despojo masivo de tierras, al espanto del asesinato de miles de muchachos de los sectores populares durante el episodio de los “falsos positivos”.

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No voy a hablar de los dos gobiernos de Santos, por pura falta de espacio, pero ni a los más apasionados defensores de este estadista (uso la expresión sin ninguna ironía) se les ocurriría decir que ellos estuvieron marcados por la estabilidad. Claro, durante todo este período hubo cosas buenas, incluso excelentes (Constitución, paz, crecimiento, políticas públicas razonablemente funcionales). Pero no puede dejarse de ver el río de sangre, espeso, denso, turbulento, que lo recorre.

Y, aún así, las instituciones sobrevivieron. Y aquí están. Como De la Calle no puede ignorar todo esto, cabe preguntarse de dónde sale su pesimismo, y qué consecuencias tiene. Abordo la segunda aquí, pero en un futuro próximo volveré a la primera, que también es interesante.

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La principal de ellas es crear un pánico moral alrededor de la alternación en el poder, que constituye la única opción realista y no homicida para que esas mismas instituciones cuya supervivencia dice querer De la Calle puedan vadear el complejo período de cambio que están viviendo el país y el mundo. Recuerden: casi todos decían que esa alternación era imposible. Pero sucedió. Y eso abre las puertas a toda una serie de resultados importantes y positivos. La moda, sin embargo, va en la dirección contraria: criminalizar ese desenlace, no cuidarlo.

Yo hace rato aprendí a no llorar sobre la leche derramada, pero sí me toca llamar la atención cuando se está derramando.

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