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Guerras y envidias

Francisco Gutiérrez Sanín

23 de septiembre de 2022 - 12:30 a. m.

Dos cosas me gustaron muchísimo del discurso del presidente frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas: su llamado a hacer un trueque verde —es decir, a que los países ricos financien, por una vía u otra, la conservación del Amazonas— y su furioso ataque a la guerra contra las drogas. Hoy me concentraré sobre el segundo tema; espero volver al primero en los próximos meses.

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La rabia de Petro contra aquella guerra está totalmente justificada. Los colombianos hemos vivido en carne propia lo que ha significado durante décadas. Que el presidente diga que fue y está siendo una pesadilla, y en los términos en los que lo hizo, devuelve dignidad y sentido a generaciones enteras de compatriotas.

Ahora bien: han querido desconceptuar su denuncia con dos argumentos básicos. Uno de ellos es que no dijo nada nuevo. Bueno: como con muchos otros fenómenos, nos encontramos aquí con cambio, pero también con continuidad. La orientación de sucesivos gobiernos colombianos fue reclamar la “corresponsabilidad” internacional en el problema. A veces esos reclamos se plantearon bien. Pero sirvieron en esencia para que les dieran palmaditas en la espalda a connacionales que se estaban jugando el pellejo y para que les metieran plata a programas bélicos y de fumigación que iban directamente contra los intereses (y la vida) de cientos de miles de compatriotas. La proposición de Petro es distinta: la idea misma de la guerra contra las drogas fracasó. Veraz, contundente. Si el país pudiera empezar a construir desde otra perspectiva, nuestra calidad de vida mejoraría mucho.

La segunda es que esa posición legitima de alguna manera a los narcos. Pero ella resulta más bien absurda. ¿Por qué tendría que hacerlo? Me da la impresión de que aquí los dardos expresan ante todo un mazacote de rabias y sentimientos mal procesados. El “mamerto” es el que va a Nueva York, y para peor, después de que denuncia a gritos a los poderosos, estos lo reciben con interés y cortesía (algo que nunca obtuvo Duque, por ejemplo). Además, la esposa del mamerto va a los funerales de la reina de Inglaterra… ¡El mundo al revés!

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La explicación del fenómeno es sencilla. Por un lado, Petro quiere impulsar una agenda de cambios de relevancia internacional (contra el calentamiento global, etc.). Por el otro, como reza la conocida fórmula, su victoria creó para muchos actores, incluidos los Estados Unidos y otros poderes mundiales, riesgos pero también oportunidades. En efecto, la total subordinación de los políticos colombianos a los dictados más absurdos de la guerra contra las drogas coexistió con una masiva penetración del narcotráfico en nuestra política. Creo que lo que he llamado el “juego de señalización” dio incentivos masivos para que esto sucediera. El juego procedió más o menos de la siguiente manera: líderes políticos asociados a --también involucrados en-- coaliciones con el narco y otros sectores de la criminalidad, decían que sí a todo lo que procediera de Washington, incluidas las brutales fumigaciones, para así señalar hacia afuera y hacia adentro que estaban del buen lado. A la vez, con tal de que obedecieran, estaban a cubierto de ataques. Es decir, podían mantener sus alianzas non sanctas con tal de que atacaran con el máximo de energía al eslabón más vulnerable de la cadena (los cultivadores).

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Ese desenlace destructivo encalló en un equilibrio indeseable para tirios y troyanos. Pero eso plantea la posibilidad de un gana-gana: este gobierno, sin el kilométrico rabo de paja, tiene el margen para plantear los problemas reales, y a la vez es un interlocutor mucho más creíble. Además, no creo que Petro quiera casarles una guerra gratuita a los gringos; estos, a su vez, lo que menos quieren es aún otra turbulencia en un mundo que se calienta en demasiados sentidos. Pasar de la patética subordinación (estilo Duque, Pastranita, etc.) a una relación seria y adulta sería fantástico, ¿no creen?

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