Se empiezan a palpar los resultados de los cambios en las políticas de seguridad. El asesinato de civiles ya no se incita y aplaude desde las alturas; se condena y se castiga. Un triunfo civilizacional simple pero muy, muy importante.
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Frente a esto, la oposición de extrema derecha sólo tiene dos cosas que decir. Primero, que se trata de una operación contra la fuerza pública. Segundo, que ella la desmoraliza profundamente.
Brilla por su ausencia en este discurso cualquier preocupación por la vida de los civiles. No podría esperarse, dado el liderazgo que tienen en el Centro Democrático la ideóloga de “las atrocidades legítimas” y la triste promotora de que el Ejército sea “una fuerza que entra matando”.
Aparte de esto, nada en su discurso se sostiene. En la historia militar, el término “desmoralización” se aplica sobre todo a fuerzas que han sido tomadas por la carcoma de la indisciplina. De hecho, fue básicamente por las malas razones —no las humanitarias— que los ejércitos de todo el mundo comenzaron a poner límites a los ataques contra los civiles, incluso para ejércitos de ocupación. Aquellos (los ataques) deslegitimaban a la respectiva fuerza y le abrían paso a la descomposición dentro de las filas. Quien tenga dudas sobre la aplicabilidad de esa experiencia de siglos a nuestro contexto, que vea el reporte de Noticias Caracol sobre el oficial que asesinó a un teniente por la sospecha de que podría confesar las ejecuciones extrajudiciales que conocemos bajo el nombre de falsos positivos.
Dicho esto, creo que es fundamental consolidar el cambio que se está produciendo con doctrinas claras y una visión de conjunto dirigidas a los uniformados. Veo a varios oficiales que a todas luces están tratando de hacer las cosas bien y de encontrar un lenguaje para una sociedad más viable y civilizada. La condena de las extraordinarias brutalidades del pasado y del presente (estas no desaparecerán como por arte de magia) es fundamental; también es clave que los heraldos del mejoramiento reciban aplausos y apoyos.
También es necesario desarrollar esa visión y esa interacción basándose en pares. En el debate público, pero también en la formación (muy problemática; volveré al tema) que reciben los oficiales. Ustedes no van a encontrar a muchos soldados y policías que lean a Foucault o Baudrillard. Que los hay los hay, pero está en la naturaleza de las cosas que sean pocos; se trata más de hombres y mujeres de acción. Pero en la fuerza pública hubo en las últimas décadas figuras muy impresionantes por sus agallas y decencia. Gente que no se plegó a la brutalidad. Que quiso defender el honor de su uniforme. La mayoría de ellos pagaron su valor civil con el destierro, el ostracismo, a veces con la vida. Por sapos y traidores.
Eran, en cambio, ejemplos de valentía. Espero no ser infidente si cuento que los otros días hablé con el coronel Carlos Alfonso Velásquez sobre su trayectoria. Me impresionaron su sencilla entereza y su apego a la institución a la que entregó su vida. Encuentro un espíritu análogo en varios recuentos autobiográficos que han publicado oficiales, suboficiales y soldados/policías que se opusieron de una manera u otra al horror.
Algunos de ellos eran de hecho bastante conservadores. Otros no. Pero comparten una característica: tienen mucho que enseñarnos, sobre todo en dos terrenos críticos para los tiempos que corren. Primero, una terca y fantástica integridad. Segundo, saben mucho mejor que los civiles cómo y por qué se hicieron mal las cosas. No conozco mejor explicación de los falsos positivos que la obra maestra del excoronel de la Policía Omar Rojas Bolaños con el sociólogo Fabio Benavides. Vean también los recuentos del cabo Mora y del coronel Prieto.
¿No será hora de reivindicar a estas figuras y de escuchar lo que tienen que decir en términos de integridad y de mejoramiento organizacional?