ES FRECUENTE QUE NO TODAS LAS cosas buenas vengan juntas, como decía el gran Hirschman.
Por ejemplo, los mejores trabajos comparativos que he leído sobre el tema llegan a la conclusión de que no hay una relación significativa entre democracia y desarrollo. No es que se estorben mutuamente, simplemente no están vinculados de manera clara. Ha habido desarrollo acelerado sin democracia (Corea del Sur), y democracia con crecimiento cero (Bolivia durante las dos décadas que comenzaron en 1985). Por supuesto, a veces los dos factores confluyen. Todos los países muy desarrollados son democráticos, pero ese es un punto de llegada. Durante la ruta pueden ocurrir muchas cosas.
Aquí hay una asimetría. Porque las desgracias sí que nos pueden visitar en manada. Véase la tragicomedia de la emergencia social. El proceso de aprobación, y de posterior ajuste, de la flamante reforma a la salud ha sido groseramente antidemocrático, pero además revela de manera transparente, de manual, por qué un gobierno como estos no puede encabezar un proyecto desarrollista genuino. El Ejecutivo decretó una batería de decisiones que afectaban los intereses vitales de todos los colombianos, evadiendo ex profeso todos los canales institucionales que les permitirían a aquellos participar en un debate al que tenían derecho. Ante el escándalo que esto produjo, el Presidente se echó para atrás (parcial y temporalmente) y denunció que los decretos eran confusos y estaban mal redactados, prometiendo además que no se desmejoraría en nada el servicio al que en este momento tenemos acceso.
Esa promesa es un penoso farol, y tiene exactamente el mismo valor que los paternales pedidos al grupo Nule o a los beneficiarios de Agro Ingreso Seguro para que devuelvan los recursos del Estado que les procuraron, no sus habilidades empresariales, sino sus bien colocadas conexiones y su desenfado. La cosa es fácil de entender. El sistema de salud colombiano enfrenta un serio problema fiscal. La única manera de solventarlo es consiguiendo más plata, gastando menos, o gastando mejor. El Gobierno adoptó medidas orientadas a cumplir los dos primeros objetivos, pero se olvidó de la existencia del tercero. Así, creó nuevos impuestos (lo que en general está bien, aunque en este caso hubo toda una serie de problemas e inconsistencias) y recortó brutalmente derechos. En cambio, no tocó a las EPS, que constituyen una vena rota, se caracterizan por un bajísimo nivel de calidad en la prestación de servicios, y son reconocidas por sus abusos. El lector recordará que en el pasado se revelaron íntimas conexiones entre esas agencias y caciques uribistas (a veces triangulando con paramilitares). En días pasados, nos enteramos —sin sorpresa, pero con amargura—, gracias a las denuncias de Germán Vargas, que los decretos habían sido preparados en la cocina gubernamental por chefs provenientes de las EPS. Era tan previsible…
Ah… y sí, tiene razón el Presidente. Los decretos están pésimamente redactados. Son un desastre. Pero este no es sólo un problema gramatical: revela el brutal deterioro de la calidad de la burocracia. Gobierno con y para los amiguitos, confusión, chambonadas, ineficiencia, desagregación del aparato burocrático. Es la negación simultánea de la democracia y del desarrollo.
Posdata: toda mi solidaridad para con el excelente periodista Rodrigo Pardo frente al súbito y extraño cierre de la revista Cambio.