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Lo básico

Francisco Gutiérrez Sanín

18 de enero de 2024 - 09:05 p. m.

Comienza 2024 recordándonos que en Colombia la igualdad básica, la fundamental, la igualdad ante la ley, es precaria. Gentes con poder se la pasan por la faja, pública y alegremente, con una facilidad que me aterra. La práctica ya se instauró, hay demasiados casos y las redes de complicidades son amplias y poderosas, así que la reacción pública, si la hubiere, es débil y tarda en llegar. Con razón cualquier reforma, por pequeña que sea, puede presentarse como una medida “comunista” y como una expresión de “espíritu antiempresarial”.

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Tomen los tres recordatorios que ya nos regaló este año que comienza. Primero: el heredero del clan Char, quien tras ser trasladado a un cómodo establecimiento militar (¿no se sentirán los uniformados incómodos por que sus instalaciones se conviertan en hotel de cinco estrellas para imputados de lujo?) tuvo un abogado lo suficientemente hábil como para encontrar a un juez un domingo a las ocho de la mañana que le agilizara una diligencia conducente a la libertad de su defendido. Esa diligencia tuvo acogida desde arriba, para que el muchacho pudiera volar y volar y volar… La historia está tan llena de detalles reveladores que habría que ponerla en nuestros libros de texto de historia patria. El tipo que metió el gol era abogado del joven Char y a la vez no lo era; lo habían cambiado, lo que tuvo como efecto dilatar la operación de la justicia. Volvió a jugar sólo cuando se necesitó rapidez de nuevo. ¡Y lo del domingo a las ocho! A esas horas, en las ciudades más grandes del país, la pregunta es si la tienda Olímpica ya está abierta. Pero no: aquí consiguieron a un funcionario judicial que trabajara ese día y a esa hora. Le recomiendo al lector que trate de replicar la hazaña.

Segundo: la Gata, la “empresaria del chance”, quien recién falleció. La Gata construyó un tremendo imperio económico y político. Varios paramilitares la señalaron, más que como su cómplice, como interlocutora peligrosa con la que había que hablar de poder a poder. Cuando fue condenada por delitos gravísimos, las múltiples enfermedades que le aparecieron le impidieron pasar casi tiempo en la cárcel. No es para nada un caso único.

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Tercero: el saliente fiscal Barbosa. Cuando se hable del personaje, siempre hay que poner el cargo (“el segundo del país”, según su patética declaración durante su patético paseo a San Andrés en plena crisis de COVID-19): de lo contrario, la ecuación adquiere de inmediato valor nulo. Barbosa usó su entidad como plataforma para airear odios y resentimientos. Como es quien es, lo hizo de manera truculenta, al estilo de un adolescente díscolo, acumulando insultos y referencias que considera terribles, porque cree que así causa mayor impresión. De hecho, no se equivoca: causa impresión, pero sobre él mismo. Ya tendré ocasión de referirme a las implicaciones de largo plazo de haber tenido un fiscal que se dedica a insultar al presidente sin que nadie le ponga freno. Pero mi asunto hoy es otro. Barbosa se dio el lujo de usar su cargo para promover su causa política y formar su red (tratando, entre otras, de dejar entronizada a una oscura heredera; ojo, no está descartado aún que se salga con la suya). Gastó buena parte de su tiempo agrediendo, inventando cosas (denuncia sobre el atentado contra su vida; ¿o dónde está la evidencia?), protegiendo a sus amigos, abusando de su poder. En suma: fue un fiscal para gentes como él (espero que no sean demasiadas; un país lleno de barbosas está en serios problemas). Aquel tiempo, sin embargo, lo pagamos todos los colombianos con nuestros impuestos. Les confieso: por eso, siento que este fulano me metió la mano al bolsillo. Puede que sea una sensación puramente subjetiva. Pero el episodio revela que el principio de igualdad ante la ley aquí también se lo pasaron por la faja.

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