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Inevitable seguir hablando sobre la deriva autoritaria de Trump, alimentada en los últimos días por varios eventos: el envío de tropas a la ciudad de Portland y el bloqueo institucional que, a la hora en que escribo estas líneas, parece que llevará a un cierre (“shutdown”) de la actividad del gobierno estadounidense. Se me podrá decir que esa contingencia es culpa de ambos partidos, así como de los diseños institucionales de la potencia del norte. Pero ha sido alimentada por el extremismo del gobierno de ese país. Por ejemplo, en medio de la negociación para evitar el cierre, a Trump se le ocurrió mandar por su red social un video racista, generado por inteligencia artificial, en el que uno de los principales negociadores de la oposición, el líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes (que en Estados Unidos podría clasificarse como negro), aparecía con un mostacho y un sombrero mexicano. Se imaginarán que así no hay mucha posibilidad de llegar a acuerdos.
Pero de lejos el suceso más alarmante fue la convocatoria de la cúpula militar estadounidense por parte del secretario de Defensa (ahora de Guerra), Peter Hegseth, y Trump para informarle, con una insolencia poco común, las nuevas reglas de juego. Un general retirado dijo en la cadena MSNBC que la reunión había tenido un carácter “hitleresco”. Puede que haya alguna hipérbole en esa caracterización, pero está fuera de duda que aquella (la reunión) constituye un salto al vacío y el anuncio de que Trump y los suyos adoptaron una ruta que podrá generar muchas pesadillas.
Las nuevas reglas son las siguientes. Primero, los Estados Unidos están invadidos por inmigrantes y sus cómplices, el partido de oposición, y por consiguiente deben enfrentar una guerra en su propio país. Lo admito: me produjo una alegría malsana ver cómo Trump corroboraba con absoluta claridad lo que dije en mi anterior columna, es decir, que construía su gobierno sobre la teoría, bien conocida por los latinoamericanos, del enemigo interno. Así, las agencias de seguridad tendrán que “entrenarse” (textual) batiendo al “invasor”, la expresión racista en código para referirse a inmigrantes y sobre todo latinoamericanos. Segundo, el tiempo de los derechos de las mujeres pasó. Los estándares tienen que ser masculinos. Si las chicas no caben, así sea. “No hay que seguir caminando como sobre huevos”. Incluso acabaron con un comité creado en 1951 (DACOWITS) para promover el bienestar de las mujeres dentro de las fuerzas armadas, restricción cada vez más agresiva y descontrolada de derechos, pues. Implementada, promovida y anunciada con bombos y platillos por dos tipos reconocidos públicamente como agresores sexuales, un terrible simbolismo que no han sabido resaltar los medios, ni de allá, ni –qué esperanza– de acá. Tercero, el tiempo de los derechos humanos también pasó. Hay que acabar con “las estúpidas” restricciones que tienen los militares. Estos han de perseguir, aterrorizar y matar a sus enemigos.
Estas directivas salvajes pueden haber sido recibidas con escepticismo por un sector del generalato estadounidense. Hegseth es un grotesco payaso, Trump se fajó un discurso completamente loco en la reunión. Pero esas cosas calan y son la nueva orientación.
El nuevo mundo. Increíblemente, una parte sustancial de nuestro establecimiento político parece no querer darse por enterada de estos detallitos. Aún no se han bajado de la idea de que puede seguir recurriendo a las viejas y tranquilizadoras ilusiones. Nos estrellaremos contra la pared si no entendemos dónde estamos parados en la actualidad y si no adoptamos metódicamente, con rigor pero también con celeridad, las medidas para sobrevivir y operar. Las provocaciones y los actos de exasperación constituyen desviaciones de ese camino.
¿Cómo pensar a Colombia hoy? ¿Dónde podemos/queremos pararnos? ¿Seguiremos el siniestro ejemplo de aspirar a aplastar a la oposición democrática, como el Destripador, o tenemos a la mano algo más constructivo? Estas preguntas requerirían de respuestas generales, pero también operacionales y de orientaciones sostenidas.
