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Termina el 2022 y también la Copa Mundial de fútbol. Para los que nos gozamos el deporte —el de alta competición, el extremo, el que hace daño—, este evento es un feroz atentado contra cualquier esfuerzo por concentrarse en serio. Están los partidos, pero después vienen las repeticiones, los comentarios especializados, los debates furiosos —que en términos de adrenalina y a veces de vacuidad se parecen a tantos otros, que conozco bien—, las anécdotas…
El capítulo de Catar estuvo marcado por temas desagradables —discriminación, sobornos, explotación—, algo que no es para nada nuevo. Pero la parte deportiva ha sido de gran calidad y tremendamente emocionante, y podría terminar con una suerte de epifanía sudaca (triunfo de Argentina, triunfo de Messi). Ojalá sea así.
Mientras tanto, en Colombia nuestros dirigentes del fútbol fueron de los pocos que no tuvieron el mínimo de inteligencia y previsión como para terminar la liga antes del certamen orbital. Asombra: tuvieron realmente mucho tiempo para planear. El gran sacrificado fue el Deportivo Pereira, pues el hecho de que haya ganado su primera estrella es realmente un hito, que sin embargo el Mundial opacó. La amable y siempre interesante Pereira es una ciudad-ciudad, que no tiene nada de cerrada: históricamente fue un encuentro de caminos y su emblema era, si no recuerdo mal, “trasnochadora, querendona y morena” (algo que me imagino ya desapareció, pues había toda una cantidad de gente que se ruborizaba violentamente frente a él; no estoy seguro de que esta vergüenza particular tuviera mucho sustento). Como fuere, su dinamismo natural recibió esta vez un justo premio.
Enhorabuena, pues, por los pereiranos. Pero queda en pie la pregunta por la incompetencia sin sanción de nuestra dirigencia futbolística. Este año ya había sido protagonista negativo, por su absurda misoginia. Pero quedó con un palmo de narices cuando nuestras juveniles le dieron al país —también en una Copa Mundial, esta vez sub-17— una de las pocas glorias sólidas con las que contamos (aparte de un despliegue técnico poderoso, que era un regalo para la vista).
La ineptitud ilimitada crece preferentemente cuando los sistemas de incentivos son tan opacos que es muy difícil distinguir el desenlace bueno del malo. Hay muchos ámbitos en donde precisamente eso sucede. Pero, claro, el fútbol no es así. Como el deporte en general, en el fútbol el resultado es la proverbial última instancia, que lo termina decidiendo todo (y por eso se habla de “alto rendimiento”, etc.). Veamos entonces qué nos deparó el 2022 en este terreno. Somos el flamante subcampeón mundial sub-17 pero no tenemos liga femenina. Para no recordar ya cómo nos apearon del Mundial masculino. Esos son resultados puros y duros, fáciles de evaluar. Sin embargo, el Estado no puede tener prácticamente injerencia en muchos asuntos atinentes al fútbol y nuestra opinión pública está ocupada en asuntos de mucho mayor calado, en los cuales seguramente nos jugamos el pellejo. Así que no gastar mucha energía en estos asuntos es bastante sensato. Por desgracia, eso le permite a la dirigencia vivir en un mundo ideal (para el incapaz): enfrenta sólo formas muy precarias de evaluación, regulación o presión.
Si alguna lectora me está ya acusando a estas alturas de avanzar en esta columna por medio de la libre asociación, le tendré que dar la razón. Es algo serio, que va en contravía de mis rutinas básicas. Pero me permito esta licencia, ya que estamos terminando Mundial y año. En el 2022, Colombia y el mundo experimentaron cambios profundos, algunos de aplaudir, otros claramente amenazantes. Conmemoramos un aniversario positivo (los 10 años de la muerte del gran Albert Hirschman) y otro terrible (los 100 años de la marcha sobre Roma, que le entregó el poder al fascismo).
¿Y el 2023? Pinta bien interesante. De pronto demasiado. Así que es bueno ahorrar energías. Faltan un par de días, un par de partidos… Felices fiestas.
