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No hay quinto malo

Francisco Gutiérrez Sanín

07 de noviembre de 2025 - 12:05 a. m.

En una entrevista reciente, María Fernanda Cabal atacó al periodista de La Silla Vacía, Daniel Pacheco, por recordar el papel del Estado en la destrucción física de miles de líderes y miembros de la Unión Patriótica. “Tiene el cerebro lleno de cemento”, le dijo. El episodio suscita muchas preguntas. ¿De dónde habrá salido esa extraña metáfora? ¿Quién diablos habrá nombrado a Cabal, entre todos los candidatos posibles, árbitro de la inteligencia en Colombia? ¿Y, si se arrogó un papel para el que evidentemente no está cualificada, práctica común aún hoy entre los soviéticos, vamos a aceptarlo? Ese sí que sería un triunfo extraordinario de la posverdad.

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Pero, de todas las preguntas posibles, la más impresionante es esta: ¿por qué no siente nuestra extrema derecha la necesidad de disimular su entusiasmo por la sangre derramada por los colombianos? Pues las declaraciones de Cabal no constituyen, ni siquiera en su agresividad gratuita, un hecho extraordinario. Por el contrario, corresponden a un patrón cuyos dos componentes son la glorificación de la destrucción física del otro y la cruel burla sobre su cadáver.

¿Exagero? ¿Incurro en truculencias? Recordemos, no más, algunos hechos de las últimas dos o tres semanas. No me voy más lejos; no terminaría. El untuoso e inefable Duque justificó, en una entrevista en CNN, la voladura de embarcaciones por parte del gobierno de Trump en el Caribe, que múltiples fuentes han calificado como ejecuciones extrajudiciales. El hecho de que fueran homicidios sin proceso ni prueba no mereció comentario alguno de su parte. Pero en su inhumana reacción ante esa clase de episodios, Duque ya no está “solito”. Su conmilitón, el representante Polo Polo, se negó recientemente a disculparse frente a las madres de las víctimas de los llamados falsos positivos, a las que había agredido de manera miserable. Bueno, y ahora está el esfuerzo de Mafe por reescribir la historia de la UP. No hablemos ya de las declaraciones de la señorita Antioquia, preguntándole a Abelardo de la Espriella a quién preferiría matar, si a Petro o a Quintero. Miren en lo que gastan algunas personas lo que tienen de imaginación. La genial propuesta de competencia (¿a quién matarías primero?) fue seguida de una pseudo-retractación: la habían censurado.

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Hablando de Abelardo: realizó un evento en el Movistar Arena de Bogotá. ¿Y cuáles fueron sus grandes propuestas? ¿Qué expectativas y programas presentó ante el país? Que volverían los bombardeos. Que volverían las fumigaciones con glifosato. Que llenaría al país de miedo. Y, claro, el “Destripador” se ha ido rodeado de gentes (Polo Polo, Zapateiro, etc.) que les dan credibilidad a sus tenebrosas promesas.

Toda gran fuerza política tiene miembros que profieren extravagancias o que contribuyen al griterío de X, pero aquí no estamos hablando de eso. Se trata de posiciones y del programa de los liderazgos, o de figuras públicas que en todo caso recibieron apoyo de ellos (como en el caso de Miss Antioquia, aunque después hipócritamente hayan tratado de borrar las huellas). Nunca, pero nunca, ha llegado una desautorización.

Esa es, pues, la fuerza que promete recuperar al país: la de la pérdida de los cabales, la de las ejecuciones extrajudiciales. Y el que pueda actuar así, tan campante, habla muy mal de nuestra vida pública y de nuestros medios de comunicación, que han normalizado una y otra vez aquellas proposiciones. Eso significa dispararse un tiro en el pie. La brutalización de la vida pública consiguiente generará males para toda la sociedad (aunque de manera diferencial, que es a lo que apuestan estas personas a las que me referí).

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Hace rato el colega Saúl Franco escribió un poderoso libro sobre la no vigencia en el país del quinto mandamiento: no matar, el mejor y más fundamental de todos los mandamientos. Pero, ya ven, todavía no podemos decir siquiera que un acuerdo alrededor de él está a nuestro alcance. Piensen en las consecuencias de ello.

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