La recién publicada (fechada noviembre de 2025) estrategia de seguridad nacional estadounidense anuncia un nuevo orden mundial. Entre sus grandes ideas se encuentran: el redescubrimiento de la soberanía y del Estado-nación; el anuncio del fin del Occidente colectivo; la defensa de la agenda de las derechas globales contra el viejo orden liberal; y el “corolario Trump” de la doctrina Monroe para América Latina.
Déjenme decirles que el documento me pareció un trabajo muy serio, en ocasiones brillante, si se lo lee precisamente como carta de navegación de un equipo dirigente específico que pretende reformular, en una coyuntura que considera vital, el conjunto de sus relaciones con el mundo. Y, sí, pone los pelos de punta.
La estrategia afirma que vivimos en un mundo en el que los actores fundamentales son los estados-nación; seguiremos así. Debido a todos los cambios que estamos viviendo, los Estados Unidos deben identificar cuáles son los objetivos viables que se pueden proponer, y las formas viables para acercarse a su cumplimiento. Rechaza con fuerza el intervencionismo democrático y el cambio de régimen. No hace una sola referencia a los derechos humanos. Critica incluso el propósito de dominación mundial. En cambio, los gringos deberían centrarse en la defensa de su esencia social y civilizacional (bloqueando los flujos de migración masiva, cuyo fin anuncia, y defendiendo sus valores tradicionales) y en impedir que alguien más alcance el predominio.
El documento enuncia críticas muy duras a Europa, por sus obstáculos a la competitividad, por lo que se podría llamar su corrección política y por su polución étnica (terminarán predominando allí los “no europeos”). Apoyará a los “partidos patrióticos” en ese continente, es decir, a las fuerzas antiinmigración y contrarias al viejo establecimiento liberal. A los europeos occidentales (y a Japón y Corea del Sur en Asia) les exige hacerse responsables de sus gastos de seguridad.
Para América Latina, plantea el “corolario Trump” de la doctrina Monroe. Esta exigía que América, el continente, fuera para los americanos, los Estados Unidos, sin injerencia de potencias extranjeras, hoy una referencia apenas velada a China. Aquí entra un tema central, que requiere una reflexión aparte y atraviesa todo el documento: la necesidad de garantizarse las líneas de suministro de alimentos, materias primas y energía. Creo que hablar del “corolario Trump” le hace un guiño a lo que se conoce como el “corolario Roosevelt” (Teddy, no Franklin Delano), enunciado a principios del siglo XX: el que los Estados Unidos se arrogaban el derecho de sacar sin mayores cortesías a los gobiernos de los países con civilización inferior (hispanoamericanos) que se portaran ostensiblemente mal. Los dos criterios de buen comportamiento del documento son la guerra contra las drogas y la capacidad de detener los flujos migratorios. Estados Unidos colaborará con aquellos que sean aliados en ambas dimensiones y, de hecho, podrá usarlos (mediando los incentivos adecuados, etc.) como policías regionales para golpear a otros. El no intervencionismo que adopta la estrategia para otras regiones del mundo no funciona, pues, para el Hemisferio Occidental. Pero se abandonan los temas de democracia, derechos humanos y apertura económica, privilegiando la defensa de la cadena de suministros y la defensa de los intereses vitales de los Estados Unidos.
No se pongan bravos si les recuerdo que hace rato dije en esta columna que hacia allá íbamos: alianzas antiliberales globales y reconquista de América Latina. Sólo que esta formulación particularmente sólida y clara nos explica en detalle la arquitectura del nuevo orden al que aspira Trump. Obviamente, una cosa es que lo quiera y otra que lo pueda conseguir. Sin embargo, hacerse ilusiones no es bueno para la salud. Este nuevo curso sí que cambia muchas cosas. Y, por tanto, nos plantea la siguiente pregunta: si la estrategia, como nos recuerda bien el documento, es fijar objetivos claros y adaptar los medios existentes a esos fines, ¿cuál es, en este nuevo mundo, la nuestra?