El Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga ha montado una campaña sistemática para defender a capa y espada el estatus quo agrario en el país. Todo cambio, así sea relativamente pequeño, como la jurisdicción agraria o las Áreas de Protección para la Producción de Alimentos (APPA), constituye, a su juicio, una aterradora amenaza para la propiedad privada (ver) que invoca el espectro del socialismo (ver).
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La campaña evoca esa expresión bogotana de mediados del siglo pasado: “vástagos degenerados de familias ilustres”. Pues Echavarría apoyó la reforma agraria durante años. A juzgar por el nivel argumental de los directivos del flamante Instituto HEO, no tienen ni idea de la trayectoria de la persona en nombre de la cual pontifican. La diferencia entre su posición y lo que el Instituto plantea le hace a uno preguntarse si se trata de un homónimo. O, de pronto, recogen sólo su lado oscuro…
La defensa de Echavarría Olózaga de medidas agrarias redistributivas –hacía énfasis en impuestos fuertes para que la tierra no siguiera siendo “una alcancía”– resultaba de una perspectiva interesante. Contrariamente a muchos de sus contemporáneos, que creían que la reforma era necesaria para la justicia o la paz social, o para impedir el avance del comunismo, Echavarría sostenía que era un paso fundamental para el desarrollo. “Por razones históricas, nosotros, los de ascendencia hispánica, somos económicamente irracionales con respecto a la tenencia de la tierra”, según uno de sus artículos de 1971 en La República. Sin superar ese síndrome, sería imposible lograr un mínimo de modernización económica. Repitió esas ideas numerosas veces a lo largo de su trayectoria. También argumentó con frecuencia que era necesaria para la paz. Cualquier estudiante de bachillerato puede encontrar algunos de estos textos con una simple búsqueda en la red.
Sus “vástagos degenerados”, en cambio, afirman que crear las APPA, unas zonas para la protección de la producción alimentaria, con el fin de abastecer el mercado, evoca las hambrunas provocadas por las políticas estalinistas de colectivización e industrialización acelerada en la década de 1930. No es chiste. El lector puede corroborarlo viendo el video correspondiente, en el que uno de los directivos del Instituto, un tal Chacón, afirma que la historia de los últimos cien años demuestra que la injerencia del Estado en la agricultura provoca desastres. Paja. La experiencia histórica es mucho más compleja que eso. Sí, está el horror de Stalin. Pero en varios países, como Corea del Sur, intervenciones estatales muy vigorosas, a través de una reforma agraria a gran escala, estuvieron asociadas a la prosperidad y la estabilidad. No hablemos ya de lo de Japón, de la mano de MacArthur, o de la omnipresencia del Estado regulador en el agro de Europa Occidental y Asia.
Si los dichos del Instituto no dicen nada que valga la pena sobre la experiencia histórica real, en cambio sí desnudan con claridad cuál es el método expositivo que usan ciertos sectores para impedir que se pueda aprobar una sola transformación agraria. Primero, tocar las campanas a rebato para anunciar que ese cambio acabará con la propiedad privada y pondrá al comunismo en el poder. No se les ocurre pensar que con esto están generando el efecto del pastorcito mentiroso… Segundo, borrar de un plumazo las experiencias, no digamos ya globales o latinoamericanas (en las que encontramos a políticos convencionales, militares y empresarios apoyando las reformas agrarias), sino también a la colombiana. Necesitan un retrato maniqueo. Tercero, a partir de allí, presentar el bloqueo de cualquier cambio como la última línea de defensa de la propiedad privada.
En fin: mucha ignorancia y mala fe. Pero no ahondaré en eso. Más bien, le propongo al Instituto un negocio. Organicen un evento con congresistas y académicos sobre las ideas agrarias de Echavarría Olózaga. ¿Les tiene que gustar, eh? Transformemos las mejores de esas ideas en proyectos de ley. Contribuyamos a aprobarlos. Se puede comenzar mañana mismo.