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Perspectivas

Francisco Gutiérrez Sanín

13 de diciembre de 2024 - 12:05 a. m.

Casi dan un golpe de Estado en Corea del Sur. Ese tipo de cosas no solían pasar en los países desarrollados (nuestros viejos amigos surcoreanos tienen más de cinco veces el ingreso per cápita que nosotros. Si me permiten la cuña, a principios de la década de 1960 estaban a nuestro nivel, pero terminaron construyendo un fantástico milagro económico, basado, creo, en una reforma agraria seria y radical y en una política industrial inteligente y exitosa). Ucrania sigue en llamas. ¿Hace cuánto no había una guerra en Europa? Según mis cuentas, casi 40 años, es decir, desde la que asoló a Yugoslavia a principios de la década de 1990, si no se cuenta el corto enfrentamiento entre Rusia y Georgia. Lo de Ucrania es mucho más serio que ambos episodios, más simétrico, y además todo indica que lo perderá Occidente (que con el triunfo de Trump está ya en la práctica dividido). En Rumania, la Corte Constitucional anuló la primera ronda de la elección presidencial con extraños pretextos. Georgia ahora también entró en un período de serias turbulencias. En Francia, el gobierno que había puesto Macron artificialmente se hundió bajo una moción de censura, un episodio con pocos precedentes. Y la cereza en el ponqué: en Estados Unidos ganó Trump, un escéptico de todo el proyecto liberal. Trump, apoyándose en su experiencia de gobierno entre 2016 y 2020, ahora se ha rodeado de un grupo de cruzados de la derecha para poder adelantar en serio el programa extremista que, según sus cuentas, antes apenas pudo esbozar. Algunos de ellos son doctrinarios que han puesto sus ideas en blanco y negro, como Peter Hegseth, el candidato a secretario de defensa (no es claro aún si lo ratificarán, porque es uno de los varios miembros del nuevo equipo, incluyendo al presidente electo, acusados de cometer ataques sexuales). Les recomiendo que lean alguna de sus obras maestras (La guerra contra los guerreros o La cruzada americana) para que vean lo que se le viene al mundo pierna arriba.

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Esta acumulación de eventos apunta inequívocamente en una dirección: el viejo establecimiento liberal, construido sobre los escombros del Muro de Berlín, está haciendo agua por todas partes. Cierto: ese establecimiento no ha sido perfecto. Sus propios ideólogos –al menos los más lúcidos– reconocían abiertamente que estaba construido bajo el supuesto de que la combinación de la fuerza estadounidense y los valores occidentales terminaría disciplinando al mundo. Y una parte significativa de su corrosión se debe a sus propias torpezas, a su visión de túnel, a su inverosímil inflexibilidad y, naturalmente, a los males sociales que ha generado (comenzando por un abismo cada vez mayor entre ricos y pobres que no se ha podido paliar, debido a limitaciones sistémicas globales y también de varios regímenes de Occidente). Parte de esos problemas se reflejan de manera muy plástica en la calidad del personal dirigente que hoy decide, o trata de decidir, los destinos del mundo. Cuando Biden dijo, como gran descubrimiento, que la caída de Asad en Siria era al mismo tiempo un riesgo y una oportunidad, quedé pasmado. ¿Ese aburrido lugar común de la autoayuda es lo mejor que nos puede ofrecer “el líder del mundo libre”? Me va mejor y aprendo más hablando de política con el taxista.

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A la vez, no se puede olvidar que ese orden era relativamente estable y reconocible. Se apoyaba en valores democráticos e incluyentes serios, que contenían protecciones reales para múltiples sectores. Piénsese no más en el acelerado deterioro de los derechos de las mujeres en muchas partes, que va de la mano del deterioro del “mundo de ayer”, para parafrasear al gran Stefan Zweig, que pensaba en algo análogo para la Europa de las entreguerras.

Afortunadamente, no se puede extrapolar mecánicamente lo que está pasando acullá a nuestras propias dinámicas. Pero no estamos aislados. De nuevo, mi recomendación para el 2025: amárrense los cinturones.

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