Las declaraciones de Benito Osorio, divulgadas por Noticias Caracol, son a la vez veraces y aterradoras. Destaco dos elementos de los muchos que contienen. El primero es la extraordinaria sevicia con la que los paramilitares atacaron a los campesinos para despojarlos de sus tierras y expulsarlos de sus territorios. Dice Osorio que terminó volviéndose un “pirómano”, pues su gran satisfacción era ver cómo ardían los ranchos de sus víctimas.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Las declaraciones de Benito Osorio, divulgadas por Noticias Caracol, son a la vez veraces y aterradoras. Destaco dos elementos de los muchos que contienen. El primero es la extraordinaria sevicia con la que los paramilitares atacaron a los campesinos para despojarlos de sus tierras y expulsarlos de sus territorios. Dice Osorio que terminó volviéndose un “pirómano”, pues su gran satisfacción era ver cómo ardían los ranchos de sus víctimas.
El segundo es que esto no sucedió por casualidad, ni porque a un par de tipos o tipas se les hubiera torcido el corazón en el proceloso camino de la guerra. Esto era parte de una estructura de poder, anclada de manera muy sustancial en la ganadería extensiva, íntimamente relacionada con agencias de seguridad del Estado e importantes burocracias civiles. Corrobora Mancuso, al hablar de Fedegán y las Autodefensas Unidas de Colombia, que se trataba de “un tipo de alianza gremial, política y militar que ha tenido alcances que la sociedad colombiana aún no ha llegado a imaginar”. Muy cierto. Y no debido a que faltaran evidencias, sino porque nuestro horizonte de imaginación política y social ha estado tremendamente bloqueado.
En efecto, Mancuso y Osorio hablan con detallado conocimiento de causa. Benito Osorio, quien fuera secretario de Gobierno de Córdoba —y, como tal, impenitente promotor de las Convivir junto con su par antioqueño, Pedro Juan Moreno—, gerente del Fondo Ganadero de su departamento y finalmente gobernador encargado por decisión de Uribe, conoce al detalle los resortes íntimos de las densas redes de negocios y poder político a las que perteneció (y que contribuyó a construir). Muchos podrían tener la tentación de pensar que los hechos terribles que denuncia son una suerte de extravagancia. Pero no. Como él mismo dice, sus antecedentes eran de conocimiento público; todo el mundo sabía. Las masacres, los despojos y los desplazamientos sucedieron en masa y bajo nuestras narices. Estuvieron cobijados precisamente por su carácter masivo y por una complicidad generalizada, factores sin los cuales aquellas atrocidades no hubieran sido posibles.
Hay varias reflexiones inmediatas que surgen a partir de este episodio. La primera es que esta no es una denuncia más sobre corrupción o eventos indeseables, de las muchas con las que somos bombardeados a diario: esta es una confesión informada, que habla sobre la naturaleza del poder político en nuestro país. El hecho mondo y lirondo es que esas estructuras siguen plenamente vigentes —a menudo dirigiendo su furia piromaníaca contra el Acuerdo de Paz con las Farc y en muchas ocasiones manteniendo su capacidad de veto sobre lo que se hace o no en términos de políticas agrarias, y también de la política pura y dura (vean el episodio del Ñeñe, para no ir más lejos)—. Sus líderes no muestran ninguna señal de arrepentimiento. Y tienen proyecto propio, que parcialmente encarnó Cabal en su precandidatura. Consiste en la potrerización de nuestro espacio público: es decir, la respuesta a sangre y fuego (piromaníaca) a las demandas sociales, en lugar de su trámite institucional. ¿Qué hará el país frente a esto? ¿Dónde deja esto la razonabilidad de quienes se hacían cruces ante los “radicales” que creían que eran necesarias políticas distributivas para darles acceso a la tierra a los campesinos y para que los colombianos nos pudiéramos quitar de las espaldas esta pesada lápida de atraso y brutalidad expresada en orientaciones como las de los señores Lafaurie y Cabal (encartados en las declaraciones de Osorio)? Como el dinosaurio de Monterroso, la lápida sigue ahí.
No hablemos ya de que las políticas públicas de cara al campesinado se quedan cortas, aterradoramente cortas, frente a la destrucción a sangre y fuego de sus vidas, casas y propiedades.
Este es un buen ejemplo en el que la paz plantea —o recuerda— al país preguntas fundamentales que en algún momento tendrá que resolver, a menos que queramos seguir metidos en la pesadilla de siempre.