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Mi opinión sobre el proyecto chavista en Venezuela es muy mala. Lo vengo diciendo desde hace años. La tragedia del vecino país, con su aparato productivo destruido y un gobierno montado sobre una dura maquinaria de perpetuación en el poder, duele en el alma. Además, constituye un elemento de claro retroceso democrático en el continente.
A raíz de ello, toda una corriente de opinión (en la que participan personas de reconocida capacidad e inteligencia) exige al gobierno colombiano pronunciamientos fuertes, desgarramientos de vestiduras y gestos dramáticos, contra Maduro. Sé que en esto, como en algunas otras materias, voy un poco en contravía, pero creo por el contrario que deberíamos mantenernos disciplinadamente en la línea de pronunciamientos parcos y prudentes, destacando a la vez la preocupación por lo que sucede y ofreciendo buenos oficios a todas las partes involucradas.
Claro: como país garante no podemos condonar lo que sucedió, pero tenemos que pensar la cuestión en una perspectiva más amplia. Esta es una excelente ocasión para dejar de reproducir mecánicamente rutinas y sentidos comunes. En particular, ¿en qué clase de activismo democrático puede y debe involucrarse la Colombia de hoy?
Hay cuatro criterios de realismo duro que invitan a la prudencia. Primero, Colombia, país aún muy vulnerable, tiene un par de socios estratégicos con los cuales no puede dejar de interactuar. Venezuela es uno de ellos. Estados Unidos es otro. Ojo: la democracia liberal en la potencia del norte tampoco está garantizada. El hasta ahora probable ganador de las elecciones que se avecinan, Trump, dijo en un discurso reciente: “cristianos, mis hermosos cristianos, voten por mí masivamente en noviembre, y ya no tendrán que votar más” (cito de memoria, pero no distorsiono en lo más mínimo el contenido de su declaración; pronto volveré al tema). Nadie, incluyendo a los propios Estados Unidos, hace activismo democrático sin considerar sus apuestas vitales. Lord Palmerston puede haber ido demasiado lejos, pero es mejor no olvidar que no solo tenemos amigos y aliados, sino también intereses. La prioridad nuestra debería ser dar una señal pública clara y enérgica a esos socios estratégicos de que estamos dispuestos a trabajar con cualquier gobierno que tengan, independientemente de su orientación.
Segundo, cada vez más las elecciones son objeto de disputas acaloradas. ¿No vieron a Vicky Dávila declarar con dos años de anticipación que las nuestras de 2026 serán fraudulentas? Se me podrá contraargumentar que lo de Dávila es periodismo de sentina más color local. Sí: pero es la expresión de una tendencia global, ni de lejos asociada solo a la franja lunática. Ya muchos países (también en el norte global: vean no más a los Estados Unidos) han tenido, y tendrán, elecciones contestadas.
Tercero, el activismo democrático mismo ha sido criticado, por buenas razones. Este es dueño de un patrimonio respetable, a veces glorioso, y no sólo de inspiración “otanista”. En América Latina fue dispositivo fundamental para protegernos de la recaída en dictaduras militares. Pero, sobre todo de manera reciente, se construyó sobre contabilidades por partida doble reprochables. ¿Cómo creerle a Blinken sus admoniciones al régimen de Maduro si el congreso estadounidense recibió entre aplausos al genocida Netanyahu?
Pero, cuarto, estamos presenciando el nacimiento –duro, traumático– de un mundo multipolar. Hay que entenderlo. Eso no significa cejar un instante en la defensa de la democracia. Pero sí reconsiderar lo que significa el concepto de “autodeterminación”, fundacional para el sistema internacional de la segunda posguerra. Ese concepto parecía irrevocablemente pasado de moda. Del lado soviético, la “soberanía limitada”, atribuida a Brezhnev, lo había condenado al basurero de la historia. Del lado occidental, se pensó que la caída del Muro de Berlín lo había llevado a la obsolescencia. Pero, si no queremos volar en pedazos, tendremos que acordarnos de que países con distinto régimen político y social deberían poder coexistir bien. Esto se aplica a Venezuela, pero también a Bukele, Boluarte, y muchos etcéteras.