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El conservador Marco Fidel Suárez fue uno de nuestros últimos presidentes-gramáticos. Todos ustedes saben que esa tradición se fue al caño: basta con que revisen un comunicado o una declaración de Duque (o de Mafe o de Jota Pe). Eso no impide que sus escritos, preciosistas pero amargos, ameriten alguna revisión ocasional, no sólo por su interés histórico, sino por su refinado conocimiento de nuestro idioma.
Fue él quien pergeñó la teoría de “mirar al norte” (respice polum; en el contexto y la época, el latinajo era inevitable). Esto significaba darle atención preferencial a lo que ocurriera en Estados Unidos. Nunca me imaginé citar al malogrado Marco Fidel, pero ahora lo hago proponiendo una reinterpretación de su dicho: miremos con mucho cuidado lo que pasó en México.
México nos recuerda el valor de la política y las complejidades de los procesos de transformación en gran escala. Nadie puede decir que el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, hiciera un gobierno perfecto. Entre los muchos asuntos que dejó sin solucionar está la violencia, que quiso enfrentar con una doctrina colorida (abrazos, no balazos), pero que resultó ineficaz. Por otra parte, hizo muchísimas cosas bien y deja el cargo con niveles de aprobación inverosímiles (más del 60 %). Cuenta con una estructura partidista funcional y esta pudo escoger con debates pero sin traumatismos a una candidata que arrasó. La derecha y la centroderecha hicieron una campaña agresiva y provocadora, profundamente antidemocrática, llamando a los militares a desobedecer al presidente, etc. ¿Les suena conocido? Pero las urnas los castigaron de manera implacable.
La ganadora, Claudia Sheinbaum, implica un más que saludable doble cambio de guardia: mujer y joven. Al contrario de López Obrador, que en realidad sale de un mundo político bastante tradicional, es dueña de una trayectoria académica destacada. Tiene, en cambio, con López Obrador dos grandes cuestiones en común. Es, como él, una oradora infame. Uno los oye y a los dos minutos está cabeceando. También es una reformadora seria y decidida. Y bueno, claro, lo obvio, pertenecen ambos a la misma agrupación, Morena.
Así que aquí tenemos un proyecto valioso, duradero, impuro a más no poder, como lo son los procesos reales, de carne y hueso (en contraste con el primor de los imaginados). Obviamente, no nos está ofreciendo una fórmula: lo que ocurre en un país no se puede extrapolar mecánicamente a otro, incluso si es muy parecido (creo que México es bastante distinto de Colombia). Para no hablar de que tiene sus problemas complicados.
Pero sí que vale la pena tratar de entender seriamente y leer la experiencia de Morena. Siguiendo a Hirschman —¿lo habrán leído?—, los líderes de Morena han sabido combinar paciencia e impaciencia. Sienten la urgencia del cambio, pero a la vez saben que este juego particular requiere de un esfuerzo sostenido. Piensan a largo plazo. Viene a la mente aquí otra figura mexicana, el gran Lázaro Cárdenas (como en su tiempo fue tan popular, hablar mal de él se volvería una suerte de moda posmoderna; pero eso también ha ido pasando). De hecho, este año se cumplen los 90 años de su llegada al poder. Desde ahí, este extraño y brillante líder hizo una reforma agraria masiva y nacionalizó el petróleo, entre otro par de cositas, SIN pelear irreparablemente con los Estados Unidos ni causar un cataclismo.
¿Cosa de magia? No. Política, terquedad, visión. Ahora piensen lo siguiente: México pasó en 1910 por una revolución desde abajo, protagonizada por campesinos, así como por grandes turbulencias. Pero el esfuerzo redistributivo fructificó solamente con el arribo de Cárdenas al poder, 20 años después. Creo que Hirschman se refería a eso cuando recomendaba la combinación de paciencia e impaciencia. Presionar, presionar, presionar, nunca cejar en los cambios que valen la pena (la agraria es uno de ellos). Pero no lamentarse cuando las cosas no resultan fáciles. Nadie (razonable) prometió que lo serían.
